Hoy le digo adiós a un sueño.
En cuarentena pienso en los trabajos de las hormigas
que nada saben de la fatalidad del tiempo
mientras mis padres no saben que hoy no quiero llamarlos.
La vida es una apuesta perdida de antemano
y yo, jugador ingenuo, lo he apostado todo:
mi sangre y mis esfuerzos y mis viejas memorias
y las estrellas rojas que en realidad nunca tuve.
Si hubiera sólo un día en que los sueños se cumplen
lo hubiese dado todo, hasta perder el esqueleto.
Pero no hay, no existe, no responde la vida,
y en esa no-respuesta vislumbramos lo cierto:
el secreto escondido del destino sin gloria,
la fuente caótica que todo lo estremece.
Hoy le digo adiós a un sueño:
adiós a las armas, y adiós a las guitarras,
adiós a las muchachas que alguna vez me amaron,
adiós señor dolor y adiós señora esperanza,
es hora de romper los vidrios de la falsa justicia
y reencontrarse a solas con la ausencia de templos.
El desamparo entonces puede ser una casa
cuando todos los rostros se han transformado en sombras
y el espíritu añora lo que siempre se ha ido
y se conserva a tientas lo que no permanece.
Mañana diré en vano que aún existen las luces
y que los barcos hundidos siempre serán sagrados.
Pero hoy hermanos,
hoy fantasmas,
hoy soledades cuya vastedad ignoro,
hoy parques de mi infancia que no volveré a pisar,
hoy le digo adiós a un sueño.
Gustavo Andrés Anguita Contreras (@frater.taciturnus)