Volver a encontrarte

I

Hojeo el álbum de fotos, miro esas capturas que intentan plasmar algo, pero solo veo rostros difuminados en el tiempo. El plástico que lo cubre se fue rompiendo, dejando al descubierto el gatito en la portada, muy estilo 80. Los años borraron aquellas sonrisas que, frente al lente, atesoraban un capulí en las manos. Lo dejo en su lugar y me reintegro. Siempre nos remueve algo volver a la casa familiar.

Y mientras hago este ejercicio se me vienen los recuerdos de cómo nos gustaba pasar las tardes calurosas escuchando música. Un poco de Depeche Mode. Tú movías el pie tirada en la cama, a ratos tomabas un vaso con cerveza. Bebías poco. Yo, sentado cerca de ti, mirando a la nada, muchas veces imaginando nada también. En otros momentos discutíamos sobre nuestros ideales, creíamos en un futuro juntos (ahora suena Silvio …vivo en un país libre…) coreaba y tú reías al verme, iluso, imaginar una realidad que no era la nuestra. La tarde se iba en medio de música y lecturas. Tú me leías ese pasaje que tanto te gustaba, de ese libro que nunca dejé, lo llevé conmigo y aún lo tengo. Me prometí no terminar de leerlo, sentía que si lo hacía, algo de ti desaparecería en mí. Siempre añoré volver a encontrarte y que terminaras tú la lectura conmigo. 

Esa noche, no dejé de recordarte; en esos años, mis papás me dijeron que te ibas de Chile con tu familia por cobardía. Te estuve escribiendo cartas algunos meses, pero ni siquiera sabía adónde enviarlas, no dejaste rastro, ni siquiera le avisaste a la Paola, tu mejor amiga en el liceo. Recuerdo que siempre tomaban la micro juntas y que solo podían pasar dos cosas; que se fueran muertas de la risa todo el camino, molestando con sus chillonas risotadas al resto de los pasajeros o que compartieran un audífono cada una del personal stereo que el papá de la Paola le había dado en navidad. Sumergido en estos pensamientos me llegó la madrugada de golpe y también el sueño. 

II

Voy caminando por el Paseo Ahumada en el día más caluroso de lo que va del verano. Cada vez es más insoportable pisar el asfalto, esquivar a la gente, a los ciclistas, turistas y la población toda que camina como si el tiempo nunca se fuese a acabar y yo ⎯desesperado⎯ solo quiero refugiarme en un lugar con sombra. 

Al fin llego a correos, al fin logro salir de la Plaza de Armas con toda su fauna. Estos típicos días de fin de año son los que más odio de mi trabajo…trabajo o lo que tuve que tomar porque la pensión no alcanza, mejor ni siquiera explicar los motivos que me llevaron a tomar este trabajo de junior, al fin y al cabo siempre fui un caminante (caminante no hay camino…). Recojo todos los sobres y paquetes que antes de las dos de la tarde debo entregar en la oficina, los guardo rápido y salgo, el calor es insoportable.  

Al llegar, apunto lo más rápido que puedo en el libro de valijas y encomiendas cada destinatario, cada remitente. Es 24 de diciembre, quiero ir a mi casa, aprovechar esos momentos gloriosos de fiesta en donde por algunos días u horas todo parece ser más amable. Me recuerdo de las navidades esas en el pasaje. De mi papá haciéndonos la vuelta del viejo pascuero y apuntando al cielo diciendo “¡lo ven! ¡Allá pasó!” En eso estoy cuando tomo la carta, una carta en un sobre chico, como los de antes. Sobre delgado, con estampillas, varias estampillas. Veo el nombre del remitente y me parece un sueño o pesadilla o todo a la vez, me tiemblan las piernas, no sé si estoy ardiendo o congelándome, siento ambas sensaciones en mi cara, veo tu nombre, lo pronuncio bajo, como si estuvieras frente a mí, muerta, y no le pudiera dar crédito a tu aparición. Me detengo a analizar la letra del sobre, ¿tu letra?, no lo sé, no la recuerdo, nunca recibí una carta tuya.

Sin pensarlo la abro y comienzo a leer:

Querida Rosa: 

Qué bueno volver a tener noticias tuyas, después de mi viaje a Chile lo mejor fue poder llevarme un lazo grato del país que hace tanto no visitaba y que ya me es completamente ajeno. Te cuento que acá los días me pasan más lento, recupero de a poco las fuerzas. Me alegro mucho que tengas un nuevo trabajo que ⎯espero⎯ nos permita volver a encontrarnos. Me despido prontamente porque Iván irá al correo por mí. Espero que mi carta te llegue antes de las fiestas. 

Afectuosamente, Silvia. 

Hamburgo, 12 de diciembre de 2018.

Rosa, Rosa… ¿qué Rosa? ¿De quién estás hablando? Me costó entender lo que acababa de leer. En mi propio lugar de trabajo una carta tuya. Ya estaban por cerrar la oficina, ya todos se habían ido, entonces, sin pensarlo, me guardé la carta y me fui como escapando de algo. 

La celebración de Navidad podría haber sido como la de siempre, sin embargo, estaba absorto en mis pensamientos y solo quería que pronto a todos se les ocurriera que ya era hora de dormir. Así no tendría que fingir estar a gusto y mis pensamientos estarían totalmente abocados a cómo llegar a Silvia y a imaginar cómo estaba. Claramente está enferma, lo dice en su carta, pero de qué.

III

Querida Silvia:

No sabes el gusto que me da saber de ti. Han pasado tantos años, ¿te acuerdas de nuestras tardes de verano escuchando música y leyendo? Es raro haberte encontrado, ya no me lo esperaba, a mis 57 años ya poco espero. Dirás que soy joven aún, pero los años acá nos hicieron a todos envejecer, perder el rumbo, los sueños. Pero no hablemos de esas cosas, me gustaría saber de ti. Estarás sorprendida por cómo di con tu dirección. Tengo mucho que contar, en realidad no, quizás tú sí. Por ahora te envío el casete de Depeche Mode que nunca te devolví.

Alejandro.

Santiago de Chile, 31 de diciembre de 2018.

Me sentí un tonto escribiendo una carta a alguien del pasado que muy probablemente no era ni la sombra de la Silvia que conocí. No supe cómo hacerle saber todo lo que me pasó. Me inundó la rabia, de seguro no le interesaba, nunca me buscó, hizo su vida y yo no era más que un desconocido para ella. Tuve que seguir trabajando y verle la cara a Rosa, que durante algunos días me preguntaba con un tono amable si algo del extranjero había llegado para ella. 

⎯¿Algo como qué espera usted, señorita?

⎯Son cartas, Alejandro, cartas que tendrían que haber llegado hace rato de una amiga que me escribe desde Alemania. 

⎯Mire, por acá no he recibido nada, en correos no me han dicho nada tampoco, pero apenas sepa algo, tenga la seguridad de que yo mismo se las haré llegar.

     Quería tener la certeza de que Silvia sí se acordaba de mí así que comencé a enviarle cartas a nombre de Rosa, con pequeñas señales que la llevaran al pasado. A su pasado en Chile.

Querida Rosa:

                     Que alegría me da saber que estás bien en tu nuevo trabajo de seguro es una mejor paga para ti. ¡Ahora podrás venir a verme! Ven pronto, pues no todos los días tengo las fuerzas para querer seguir. Iván dice que todo irá bien y que si quiero volver a Chile podemos hacerlo. Me da miedo pisar la tierra que me desconoció. Mejor no nos pongamos tristes y dime, ¿cómo conseguiste un casete original de Depeche Mode en estos tiempos en que ya son reliquia? Fueron mi banda favorita de adolescente y cuando me vine a Europa por fin pude conocerlos.  ¡Muchas gracias por la sorpresa!

Afectuosamente, Silvia.

Hamburgo, 25 de enero de 2019.

En tres cartas me hice pasar por alguien que no era, lo que provocó que me acercara más a la Rosa real para así poder escribirle a Silvia cartas un poco más extensas que hablaran principalmente del trabajo que hacía en la oficina. Por las tardes, cuando todos se iban, aprovechaba para hurgar en el escritorio de Rosa; veía sus fotos, lo que comía, lo que bebía y, de a poco, fui armando la personalidad de ella. Me fue fácil, siempre me gustó la psique de las personas. Durante ese tiempo, volví a escuchar la música que compartía con Silvia, me sentí algo más vivo, era como volver a tener 20 años y estar con ella, mi Silvia. En cada carta que le envié como Rosa, fui dejando alguna señal: primero el casete, seguido de comentarle que me gustaba mucho la lectura y que mi libro favorito era Hijo de ladrón:

¡Hola, Rosa!, ¡cómo estás! 

Sabes yo ya me siento mucho mejor. Esta sesión fue más intensa pero ya recuperada. Quiero agradecerte por enviarme el libro, hace mucho no lo vuelvo a releer. En los años que estuve en Chile tuve un romance, algo corto, no siempre estaba tan a gusto con él pero quería compañía en tiempos difíciles, bueno pero la cosa es que algo puedo sacar de eso y es este libro, siempre lo leíamos juntos, claro que nunca lo terminamos, ya te conté en mi visita a Chile que de un momento a otro me tuve que ir con mi familia. Mi pobre papá murió tan lejos de su añorada tierra, yo agradezco que nos hayamos venido, es otra cosa acá y tengo a Iván que jamás hubiera conocido de no ser por este viaje clandestino. El hecho es que este libro me dolió dejarlo, así que gracias otra vez. Cuéntame tú, por favor, ¿cuándo vienes? Bella la foto que me enviaste de tu familia, ojalá algún día pueda conocerlos.

Un abrazo, Silvia.

Hamburgo, 15 de febrero de 2019.

Yo, yo fui un algo corto, yo la aburría a veces. Insignificancia, esa era la palabra. Quizás debí prever que mi recuerdo no sería fuerte, yo me quedé en el caos, tuve que sacrificar mis legítimas ganas de salir adelante. La sordera, la sordera impuesta, la invalidez y el futuro esplendor esparcido por las calles del centro de Santiago, raspando el zapato quemante de tanto caminar.

Silvia:

      No sé, ni me importa saberlo ya, cómo te vas a tomar esto pero quien te escribió las cartas nunca fue Rosa. Alejandro, Alejandro Retamal es mi nombre ¿lo recuerdas? Te pido disculpas porque soy un extraño queriendo entrar en tu vida. Tengo 57 años y en 1983 leímos un libro juntos, nunca lo terminamos. Pero hoy yo termino esta historia, inconclusa, al menos para mí. ¿Que si rehice mi vida?, sí, tengo un hijo, separado, esa es la tónica hoy. ¿Trabajo?, trabajo y le doy lo que puedo, sabrás también que acá las cosas cada vez están más macabras. Salimos de un monstruo y entramos en la boca de uno mucho más grande. Como sea, adiós. 

.   .   .

IV

Querida Rosa:

            Esta carta te la hago llegar a nombre de Silvi, quiero agradecerte porque durante este tiempo hiciste que, de alguna manera, volviera a sentir la tierra, aunque siempre renegada. Junto a esta carta te envío de vuelta las cosas que tan amablemente le enviaste para alegrar sus días, no creas que no las quiero, pero ella me pidió que lo hiciera. Antes de eso, leímos nuevamente su libro favorito y me pidió que dejara entre sus páginas una foto suya de cuando vivía en Chile, aparece en el cerro Santa Lucía, un verano, el día en que cumplió 19 años. Me dijo que quería que la recordarás así, imagino que es porque tú le recordabas un poco a ella de adolescente. La extraño, la extraño mucho. 

Te envío un abrazo a la distancia.

Iván.

Hamburgo, 18 de marzo de 2019.

Esa fue la última carta que recibí, en realidad la última carta dirigida a Rosa. Sin saber qué hacía las apilé con los sobres rotos, ultrajadas, y fui hasta el escritorio de Rosa:

⎯Señorita Rosa, mire, hoy pasé por el correo y estaban todas estas cartas suyas. Habían quedado en aduana, ya sabe, el paro.

⎯Alejandro, pero están abiertas. ¿Se siente bien?

⎯Sí, discúlpeme por favor ⎯le dije con la mirada avergonzada⎯.

     Ella tomó el paquete con cartas y sobres, las dejó a un costado y se sentó.

      ⎯Alejandro, usted sabe que hoy la tecnología lo es todo. De las veces en que le pregunté por mis cartas que no llegaban, decidí utilizar una nueva modalidad con mi amiga, Silvia, además más rápida. Usted sabe, ella iba a morir. Me habló de usted, yo supe que era usted.

.   .   .

Camino, es lo que mejor sé hacer (caminante no hay camino…), hace calor, no se ve acercarse el otoño. Esta ciudad me quema. Llego al puente, abajo un río casi seco, con basura y palomas intentando conseguir comida, sin pensarlo dos veces tiro el libro, no se lo lleva el río, está casi seco. Lo miro con rabia, libro culiao. Me doy la media vuelta. Tengo que pasar por el correo.

Sobre la autora:

María José Veloz Lizama

[email protected]

@maria.jose_vl