Carta a Alfonsina

Querida hija, hoy es tu cumpleaños y es un día particularmente especial de tu vida en este mundo: cumples 18 y ya eres oficialmente mayor de edad. Y aunque nunca me exiges nada, siento la necesidad de hacer algo especial para inaugurar esta nueva etapa, por eso he decidido escribirte esta carta.

Antes de continuar, quiero que sepas que te escribo esto porque confío en ti. Confío en tu prudencia y, especialmente, confío en tu bondad. Sé que la confianza es recíproca, por eso, aunque puede sonar raro, te pido que luego de leerla, quemes esta carta.

Lo que voy a contarte ahora puede parecer sacado de un guion cinematográfico, pero como me has oído decir muchas veces “la realidad supera la ficción”. Te preguntarás quizá por qué he escogido contarte esto y qué tiene que ver contigo, y ahora lo entenderás, pues todo comenzó el año en que naciste.

Corría el año 2020, yo tenía 25 años y como sabes, estaba haciendo mi internado en enfermería. No fue un año normal, partiendo porque desde el año anterior había una agitación social en nuestro país, de la que no había precedente en la historia reciente y que yo personalmente no había visto nunca. Desde octubre a diciembre, sin parar, llegaron a salir millones a la calle a exigir una vida digna, y yo estuve ahí, apoyando en una brigada de salud; la policía nos reprimió brutalmente, dejando como resultado muchos muertos y cientos de mutilados.

En los meses de enero y febrero la rabia parecía apaciguarse, pero cuando comenzó marzo todo volvió con más fuerza. En esa época, el 8 de marzo solía conmemorarse el día de la mujer; y el 8 de marzo del 2020, que fue un domingo caluroso, fuimos miles en las calles (¿quién pensaría que un domingo repletaríamos las calles?). Como te imaginarás, ahí estaba yo de nuevo y puedo contarte que fue hermoso. Te juro que estaba convencida de que se venía un cambio verdadero. Cómo deseábamos ese cambio, hija. Cuánto lo necesitábamos.  Cómo nos ilusionó ese 8 de marzo.

Mientras esto pasaba por acá, al otro lado del mundo un virus mortal comenzaba a propagarse. Por supuesto esto lo sabíamos desde este lado, pero se veía tan lejano. En el verano, no recuerdo exactamente cuándo, se declaró una pandemia. Desde China, el virus se propagó a otros países de Asia y luego a Europa. Italia y España fueron terriblemente azotados: los sistemas de salud colapsaron y murió mucha gente. Desde acá veíamos las imágenes en televisión y parecía irreal. Aquí muchos hablaban de una conspiración mundial, pero el virus llegó con el fin del verano y los viajeros.

Teníamos la ventaja de haber visto el desastre en otros países y la oportunidad de hacer algo diferente. Algunos lo lograron, pero nosotros no pudimos.

Sé que todo esto es nuevo para ti, entonces antes de continuar, necesito contextualizar y contarte que un fascismo disfrazado de democracia se había instalado en América. Varios países, incluido el nuestro, eran liderados por elocuentes fascistas, que al final sólo pensaban en la economía. Nunca sospechamos lo que venía, no pudimos anticipar qué tan terrible sería enfrentar una pandemia con estos gobernantes a la cabeza.

No puedo darte una clase de historia, pero yo lo viví de cerca. Ingresé a hacer mi internado en enero de 2020 a un hospital público y puedo decir que a partir de marzo todo se volvió una pesadilla.

Recordar esto es doloroso. Mientras escribo hago pausas para llorar. Perdóname si no explico las cosas de la mejor forma, pero lo estoy intentando.

Es difícil poner en palabras lo que viví esos meses y deseo de todo corazón que nunca tengas que vivir nada parecido. Este era un virus respiratorio muy contagioso, del que no teníamos mucho conocimiento. La única solución era hacer cuarentenas para evitar el contagio, pero aquí fue imposible. El nivel de pobreza quedó en evidencia: muchos perdieron sus trabajos, quedándose sin ingresos, muchos no tenían donde estar y algo que no se vio en ningún otro país ocurría aquí: los inmigrantes acampaban fuera de sus embajadas pidiendo un vuelo humanitario que los devolviera a sus tierras.

Las estrategias del gobierno no ayudaron y personalmente creo que lo que hicieron fue un verdadero genocidio, donde los más pobres murieron. Muchos adultos mayores murieron, casi todos. Yo perdí a mis cuatro abuelos, como casi todos. Nuestro sistema de salud desnudó toda su precariedad. No te imaginas lo terrible que fue: no había más camas, no había más respiradores. En pocos meses no teníamos nada, ni los insumos básicos para el personal. En los descansos no hacíamos más que llorar.

Los muertos se acumulaban por todos lados, el Servicio Médico Legal no tenía capacidad para soportar tanta muerte. Poníamos los cadáveres en unos container refrigerados.  Unos sobre otros, miles de cuerpos amontonados. En algún punto ya era difícil llevar un registro certero y se entregaban ataúdes sellados con cualquier cuerpo dentro, con la justificación del virus, que, aunque era cierto, también permitía a los hospitales deshacerse de los cadáveres. En muchos casos, las familias completas estaban contagiadas y nadie asistía a los funerales. Yo no asistí a los funerales de mis abuelos.  

Así pasamos esos meses, con la muerte asechándonos. Lo peor es que las cifras se ocultaban a la población. A veces se informaban en la televisión 50 muertes diarias y eso era imposible, si yo misma había visto morir 100 personas ese mismo día. Con mis propios ojos lo veía. Y ese era sólo un hospital.

En julio yo descubrí que estaba embarazada, entonces no pude continuar mi internado, pues era riesgoso.

En julio me salvaste. Pude quedarme en casa para cuidarte. No puedo negar que sentía que no tenía sentido traer nuevas vidas a este mundo que se estaba desmoronando, pero al mismo tiempo necesitaba un motivo para seguir. Y eso fuiste tú.

Aunque los meses siguientes yo tuve la fortuna de no ver la muerte de cerca, esto no mejoró. Cada mes era peor que el anterior. En esa época, la información no estaba centralizada y teníamos acceso a internet en nuestras casas e incluso, aunque te parezca increíble, en nuestros teléfonos. Lo que no mostraba la televisión, podíamos verlo en internet. La gente moría en sus casas y nadie retiraba sus cuerpos. Había muertos en las calles. Había muertos por todos lados. Ya no eran sólo los ancianos; la falta de alimentos y las condiciones indignas en que muchos vivían estaban haciendo lo suyo. Insólitamente, los culpaban a ellos, los muertos tenían la culpa de morir. Fue una locura.

Al menos yo no enloquecí, y con otros cuantos quedamos para recordar esta historia.

Ese país del que te hablo, donde yo crecí, ya no existe. Desde el otro lado de la cordillera éramos otra nación. Tú has vivido otra vida y otra historia, por eso sé que es difícil entender esto. Pero sé que a esta edad ya sospechas que la historia oficial no es necesariamente la verdad.

De mi país, quedamos muy pocos y un grupo de gobernantes reunidos a puertas cerradas decidió que no tenía sentido nuestra soberanía. No teníamos nada. Así es como fuimos anexados a otro país, que es el que tú conoces como nuestra patria. Te preguntarás por qué esto no sale en ningún libro y por qué nunca has visto un mapa, y la verdad es que ni yo misma lo entiendo. Sencillamente, se decidió ocultar uno de los más grandes fracasos de la humanidad.

El 2020 no existió. Es verdad, tú naciste en diciembre de 2020, pero de la primera parte. Cómo te explico esto, que me resulta inexplicable: fue, en definitiva, un año de 24 meses. Decidieron omitirlo, así de simple, porque fue un año donde el mundo se paralizó.

Ya sé que te estarás preguntando cómo entonces contabilizamos la edad de quienes nacieron ese año. Pues, esto es así: hoy cumplirías en realidad 19 años y quiero que lo sepas, aunque es una verdad indecible.

Claro que a mí me parecía absurdo hacer como que ese año no existió, pero a quienes insistíamos en eso, comenzaron a tratarnos como locos. De pronto, todos estaban convencidísimos de que esa era la única y absoluta verdad. No nos quedó otra opción más que hacernos parte del fraude global.

Lo que viene ahora no te parecerá nuevo, pues es un rumor extendido. Así que sólo lo confirmo: es verdad, existe un quinto continente, llamado Oceanía, a quienes “borraron” del mapa. Los países de Oceanía gestionaron bien la pandemia, en un par de meses tenían de vuelta a la normalidad y, por lo tanto, no quisieron sumarse a la locura de omitir al 2020. En consecuencia, los omitieron a ellos. Se eliminó su presencia en la historia mundial, ya no están en los mapas y nunca más salieron vuelos hacia allá. Desde entonces viven aislados, no sabemos qué fue de ellos, pero existen y yo confío en que siguen ahí.

El mundo está lleno de mentiras y tú no las mereces. Yo y otros tantos sabiendo algunas verdades nos hemos quedado mudos por miedo, pero no quiero lo mismo para ti. Aunque no tenga utilidad conocer esta información, prefiero ser consecuente con lo que siempre te he enseñado: duda. Duda de todo. Duda de todos. Duda incluso de mí.

Confío en ti y en las generaciones venideras.

Confío en que serán libres un día.

Hija, lucha por lo que creas justo y siempre busca la verdad.

Muy feliz cumpleaños (y no olvides quemar esta carta).

Te ama por siempre,

Tu mamá.

Sobre la autora

Nombre: Angélica Ramírez

Correo: [email protected]