Hace muchos años en una tierra remota, nació Caspi. La primera hija del Rey Fausto. Aquel día estaba planificado un gran banquete, con mesas llenas de delicias exóticas, frutas de diferentes colores, sabores y tamaños. Para esta ocasión el Rey contrató a los mejores chefs de la provincia para que prepararan sus mejores platos para toda la familia real. El Rey Fausto se encontraba ansioso y fumaba puros hechos con hojas de aloe vera con albahaca morada afuera de la sala de espera. Ese día había otorgado feriado nacional para toda la provincia de Yukusama. Pasaron las horas y no había noticias del nacimiento, las matronas entraban y salían del lugar, se escuchaban gritos, salían trapos impregnados de un rojo oscuro y más de alguna matrona salía cojeando por patadas recibidas por la esposa del Rey. Fausto pasada la noche ya se había fumado una cajetilla completa de puros y estaba empezando a entrar en cólera, hasta que antes de llegar a medianoche se escuchó el grito de una niña. Las matronas salieron de la sala de parto envolviendo en telas una pequeña niña. Caspi. El Rey la observó con los ojos brillantes, cayeron por sus mejillas algunas lágrimas de emoción. Tomó a la pequeña Caspi y la acercó a su pecho. Al pasar los minutos y de sentir el amor de su pequeña hija se dio cuenta que todas las matronas lo observaban con una mirada al suelo. El Rey les preguntó qué les sucedía. Ante el silencio de ellas preguntó por su esposa. Ninguna de ellas dijo palabra alguna, hasta que el Rey obligó a la matrona en jefe a responder. Ella se adelantó a las otras matronas, lo miró a los ojos y le dijo “mi Rey Fausto, su esposa no aguantó el parto”.
Pasaron los años y la pequeña Caspi se iba volviendo cada vez más grande. Tenía una pieza enorme en la cima del castillo donde vivía. A ella le gustaba saltar en su cama y no le daba miedo caerse porque esta era muy grande, además en su pieza tenía muchos peluches de diferentes animales; elefantes, jirafas, perros, huemules, etc. A la pequeña Caspi le gustaban mucho los libros, por lo cual su padre contrató al mejor profesor de la provincia para que le enseñara a leer y también para que le leyera cuentos todas las tardes antes de tomar la siesta. Caspi estaba muy contenta, le encantaba aprender cosas nuevas. Cuando tuvo su primera clase se encontraba muy emocionada, había arreglado su escritorio, y compró un cuaderno especial que en la portada tenía diferentes letras con distintas tipologías. También compró lápices de diferentes colores y formas, los cuales ordenó por tamaño alrededor de la mesa. A las 15:00 de la tarde llegó su profesor: Quimun. Él tenía los rasgos bien marcados, una incipiente barba y bastante cabellera de color negro intenso. A Caspi le dio un poco de susto el aspecto de su profesor, pero también le intrigaba. Quimun, después de hablar con el Rey Fausto y estrecharse las manos, acudió al escritorio con Caspi. Ella se encontraba muy nerviosa y saludó muy rápidamente y con voz baja a Quimun. Él se sentó y le sonrió. Caspi cuando lo vio sonreír se le fueron todos sus temores y nervios, se dio cuenta que por dentro Quimun era muy amable y aquel aspecto tosco que traía era una fachada para el exterior. Quimun saludó y sacó de su bolso muchos libros, uno en específico muy grande, gigante, lo que provocó que Caspi abriera los ojos de la impresión. Quimun al ver la reacción de Caspi se rió amistosamente, y le dijo: “Pequeña Caspi este libro puede parecer muy grande, pero en el fondo no lo es, adentro contiene muchos cuentos, los cuales te iré leyendo todos los días hasta que se acabe. Cuando eso suceda, habré cumplido mi labor aquí”. A Caspi le tranquilizó escuchar las palabras de Quimun, él tenía la voz muy calmada y pausada, pero le asustó pensar que sus clases terminarían algún día.
Pasaron los meses y Caspi esperaba expectante las 15:00 para ver a Quimun. En este tiempo había aprendido muchísimo. Ya sabía escribir su nombre, el de su papá y el de Quimun. También había aprendido a leer, pero muy lentito y en algunas palabras necesitaba la ayuda de Quimun, pero cada vez menos.
Un día Quimun llegó con un libro nuevo de regalo, este era bastante extraño para la pequeña Caspi, debido a que no tenía cuentos ni historias, sino productos y porciones. Quimun le explico que era un libro de cocina. Caspi se enojó un poco, ya que su padre le decía que cuando ella fuera grande tenía que saber cocinar para cuando se casara, pero ella no quería cocinar ni casarse. Quimun la quedó observando tiernamente y le explicó que le trajo el libro de cocina no porque tuviera que cocinarle a alguien más, al contrario, era para que cuando ella fuera grande o en unos años más pudiera conocer diferentes comidas y sabores, y no necesariamente para que lo hiciera para otra persona. Caspi aun así era muy obstinada y recibió a regañadientes el libro, el cual no tocaría por varias semanas.
Un día jugando con sus peluches, Caspi se acordó del libro de cocina que le había regalado Quimun y lo empezó a leer. Se dio cuenta que existían demasiados platos que nunca había probado, y otros que había probado pero sin que le gustara mucho la forma en que lo preparaba la Señora Malva. Además, le caía muy mal la Señora Malva porque siempre andaba gruñona y miraba feo a lo que se moviera.
Un día Caspi se levantó muy temprano a la cocina con su libro de recetas, y revisó todas las despensas. Se dio cuenta que muchas de las especias que ahí se encontraban nunca las había probado. Incluso había envases que nunca se habían abierto. Caspi después de revisar todo escuchó un ruido y se encontró a espaldas suyas con la Señora Malva, quien la retó y le dijo que la cocina no era un lugar para niños, que ya llegaría el día en que se convertiría en una mujer y tendría que cocinar para ella y su marido. Este comentario enojó mucho a Caspi, quien le dijo que nunca se casaría e hizo el ademán de irse de la cocina, pero cuando vio que la Señora Malva se daba la vuelta se escondió para ver cómo cocinaba. Como de costumbre observó que la Señora Malva iba a preparar el típico pollo al limón con arroz. La Señora Malva puso a hervir el agua, colocó el arroz dentro de una olla con aceite y lo sofrió, después le echó una pizca de sal y orégano. Cuando el agua hirvió se la echo al arroz y lo dejó a fuego lento por 20 minutos. Caspi mientras tanto empezó a buscar recetas de arroz y se encontró con una enormidad de ellas. En algunas se agregaba ajo, pimienta, paprika e incluso fideos. Esto sorprendió mucho a Caspi, debido a que siempre había comido arroz con sal y orégano. La Señora Malva, por su parte, dividía el pollo en pechuga y truto, le echaba sal, un limón exprimido y lo colocaba al horno 25 minutos en 180°. Nuevamente, Caspi busco en su libro de recetas diferentes preparaciones de pollo y encontró algunas realizadas con mostaza, cerveza y glaseado. Lo que no entendía era por qué después de tantos años comía siempre la misma preparación de las cosas, habiendo en las despensas muchísimas especias para poder cocinar de maneras diferentes y, seguramente, más sabrosas que el arroz con sal y orégano.
Al llegar la tarde, Caspi le contó todo lo pasado a Quimun. Él sonrió y le dijo que al parecer le terminó gustando el libro de cocina. Esto enojó un poco a Caspi, porque le molestaba que le dijeran esas cosas, pero lo dejó pasar porque quería muchísimo a Quimun y solo lo decía para molestarla. Caspi le preguntó a Quimun qué podía hacer para poder cambiar las preparaciones de la cocina, pero que le daba mucho susto la Señora Malva. Quimun le confesó que también le asustaba la Señora Malva, pero que podría decirle a su padre que quería aprender a cocinar.
Siguiendo la recomendación de Quimun, Caspi habló con su padre para aprender a cocinar. El Rey, un poco indeciso, aceptó la petición de su hija y le solicitó a la Señora Malva que le enseñara.
Al otro día por la mañana, Caspi bajo muy temprano y se encontró con la Señora Malva, quien le dijo que la acompañara a la cocina. Caspi iba con su libro de cocina para poder cocinar cosas nuevas, pero al mostrárselo a la Señora Malva, ella la ignoró y dijo que las recetas en este caso no se cambiaban desde hace muchos años. Esta situación enojó mucho a Caspi, quien reclamó, reclamó, y reclamó a la Señora Malva para tratar de hacer otra receta. La Señora Malva, muy enojada le dijo: “Desde que tu mamá se fue, las recetas en esta casa no se cambian”.
Esto entristeció mucho a Caspi, debido a que nunca había sabido nada de su madre, solo la conocía por una foto que su padre veía todas las noches antes de dormir.
Caspi tenía decidido dejar sus clases de cocina hasta que habló con Quimun, quien le dijo que no se podía rendir a la primera, sino que debía tratar más veces. Caspi estaba obstinada con no seguir porque la Señora Malva era muy tosca y dudaba que cambiara de opinión. Pero Quimun le dijo que tenía que tratar de ser más amigable con la Señora Malva hasta ganarse su confianza.
Caspi las próximas semanas siguió la recomendación de Quimun, la cual no trajo mayor éxito. Como máximo, la Señora Malva dejaba que le echara un ajo a alguno de sus platos. Esto no desanimó a Caspi en su esfuerzo de poder hacer las recetas de su libro de cocina.
Caspi trató por meses y meses, hasta que un día encontró a la Señora Malva llorando en la cocina. Esto sorprendió mucho a Caspi, debido a que nunca había visto a la Señora Malva triste, menos llorando. Ella que siempre se vio fuerte y reservada. Caspi le preguntó qué le pasaba, la Señora Malva la miró y le dijo que su hija estaba muy enferma de los bronquios y no sabía si pasaría la noche. Caspi antes esos dichos, abrazó a la Señora Malva y le ordenó que se fuera a su casa, que sería ella misma quien prepararía el almuerzo. La Señora Malva agradeció la amabilidad de Caspi, pero le dijo que el Rey no la había dejado irse. Esto enojó demasiado a Caspi y le volvió a ordenar a la Señora Malva que se fuera para su casa, que sería ella misma quien hablaría con su padre. La Señora Malva con los ojos lleno de lágrimas abrazó a Caspi y le agradeció.
Caspi se encontraba muy enojada con su padre, pero también muy emocionada porque podría preparar lo que ella quisiese. Fue a buscar su libro y se dispuso a cocinar un ceviche de salmón. Tomó todos los ingredientes que en el castillo no se habían utilizado; naranja, limón, perejil, cebolla, cilantro, entre otras y preparó el mejor que plato que había comido en su vida. Tuvo que volver hacer el ceviche porque las primeras dos porciones que había preparado se las comió ella de una sola pasada. Cuando terminó, le fue a servir a su padre muy enojada. El Rey Fausto sorprendido observó el plato, y le preguntó qué era aquello y por qué la Señora Malva no era quien estaba sirviendo. Caspi con los ojos llorosos en rabia le dijo a su padre que era una pésima persona y que había dejado ir a su casa a la Señora Malva, también le ordenó que se comiera todo. Comieron ambos en la mesa sin hablarse ni mirarse, pero sabiendo Caspi en su interior que se encontraba con el plato más delicioso saboreado en su vida y que eso enfureció más a su padre.
Al llegar las 15:00, Caspi esperaba ansiosa a que Quimun llegará para contarle todo lo sucedido. Pero ese día Quimun no llegó. Y no solo ese día. Pasaron semanas y Quimun no llegaba.
Caspi extrañaba mucho a Quimun, pero no quería preguntarle a su padre por qué seguía enojada con él. Cuando se cumplió un mes desde la última vez que vio a Quimun, Caspi creyó escuchar una voz parecida a la de su maestro. Se dirigió al comedor y vio a un hombre mucho más delgado, con más barba y muchas ojeras. Caspi se dio cuenta que ese hombre era Quimun, y corrió a abrazarlo, pero antes de llegar él no la dejo, le indicó con el dedo que fueran al escritorio. Allí le contó que la provincia había sido infectada por un virus de contagio muy rápido y que hoy casi todos se encontraban enfermos, y lamentablemente, el Rey no los quería ayudar. Al escuchar esto Caspi lloró muchísimo y se enojó nuevamente con su padre, más de lo que ya se encontraba. Le preguntó a Quimun si podía ayudarlo de alguna manera, pero Quimun negó con la cabeza.
Caspi los días siguientes se encontró muy triste y enojada con su padre, el cual no veía desde hace más de dos semanas, porque según sus guardias, estaban tratando de resolver el problema que ocurría en la provincia.
Caspi a la semana de haber visto a Quimun, se empezó a sentir muy enferma, con mucha tos y fiebre. El Rey al enterarse mandó a llamar a los mejores médicos de la provincia para atender a su hija. Quien al ver entrar a los médicos a su cuarto los echó lanzándole todo tipo de peluches. Volaron cóndores, gatos, gorilas, hasta ciempiés. Lo único que exigía Caspi era ver a su padre, el Rey.
Los asesores del Rey le solicitaron que no fuera a ver a su hija debido a que se exponía a contagiarse del virus, y él decidió hacerles caso. Un día paseando por la cocina, el Rey Fausto se encontró con la Señora Malva, ante lo cual le preguntó cómo se encontraba su hija. Ella le respondió que mejor, y que agradecía mucho a Caspi por su amabilidad. La Señora Malva pensaba que la recuperación de su hija se debía a que ella pudo cuidarla los días siguientes.
El Rey al escuchar estas palabras fue corriendo a ver a su hija, quien se encontraba muy pálida y con una tos muy fea. El Rey se sentó al lado de ella en la cama y le besó la frente. Caspi al verlo lloró un poco de alegría, debido a que hacía mucho tiempo no lo veía. También le solicitó que hablara de su madre. Esa noche el Rey Fausto le contó todo lo que pudo de su esposa, lo soñadora que era, lo obstinada y lo mucho que le gustaba cocinar cosas nuevas, “como tú”. También le contó que antes de que ella naciera, ellos se iban a mudar a una casita más pequeña y dejarían la vida de lujos. La madre de Caspi había nacido en la provincia y no tenía sangre real. Ella le explicaba a Fausto que la vida de provincia era muy distinta a la que se vivía en el castillo. Ella siempre fue muy querida por el pueblo, pero después de su fallecimiento el Rey jamás pudo ser el mismo y ayudar como lo hacía antes. Caspi, al ver a su padre emocionado, le tomó la mano con fuerza y le pidió que cuando esto pasara, se mudaran a una casita más pequeña en la provincia. Su padre la abrazó y aceptó. Estuvieron toda la noche abrazados, pero a la mañana siguiente Caspi no despertó.
Quimun al ver a Caspi la movió del hombro y le dijo que se había dormido en el último cuento del gran libro, esto significaba que su labor como profesor había terminado, y que había enseñado todo lo que podía. Caspi le agradeció todo el tiempo que pasaron juntos, lo abrazó y le entregó una carta.
