Las carpas que perdimos en el fuego (primer lugar concurso literario 2021, categoría narrativa)

Me fascina la fauna marina. La indiferencia con la que los peces parecen asumir su existencia. Parecen fuertes pese a que son sometidos a toda clase de vejaciones por parte del ser humano. Su rostro es imperturbable hasta cuando le arrancan la cabeza, su rostro es el mismo aun flotando en un caldo. Por supuesto que sé que sufren pero me consuela pensar en una dignidad monstruosa capaz de sustraer la categorización de monstruo al verdadero monstruo: el de las redes, los anzuelos, los arpones, petróleos y cuchillos. 

Una vez le pregunté a papá cuál era el pez más hijoeputa. Así le decía el tata a los corajudos, a mí sin ir más lejos aunque a mi mamá no le causara gracia y él tuviese que dedicarle una reverencia con el sombrero. Mmmm, ehhh, reflexionaba papá, ehhh, mmmm, y cruzaba los brazos y miraba al techo más allá del techo. ¡Las carpas!, soltó al fin. Hay carpas en todo el mundo, excepto en la Antártida, su adaptación es envidiable y por su afán invasor y competitivo en los ecosistemas de otras especies, podríamos denominarlas hijaeputas, unas grandísimas hijaeputas. Porque a pesar de su mala fama reproductiva mucha gente se niega a comerlas y ellas así… mmmm, ehhh… ellas así: mehh, impasibles en su corriente. Se dice que tienen un sabor “barroso”. Y barroso es el sabor del fracaso, del tropiezo, del caerse de hocico. Quizá por eso se evita. El asco que provocan no es otra cosa que respeto. ¡Cómo no admirarlas!

Convencí a mis amigas con tales argumentos y formamos una banda a la que llamamos Marikoi, mezcla de mi preferencia por los koi, la carpa zen, y del saludo de Elisa, que viene del sur, tan bonito: mari mari. Mari mari, koi. Marikoi, para resumir. Sin embargo, decidimos dejarlo como nuestro nombre secreto al recibir burlas de otros grupos de niños que empezaron a gritarnos y a silbarnos: ¡uyy, los marikoines, fiu fiu, cachen a los koihuecos! Reformulamos, entonces, para el público retrasado: Koincidentes. Porque al final eso son las amigas: personas que se encuentran en el camino, sincronizan, coinciden. 

Las Koincidentes (Marikoi) sumamos miembros venidos de distintos mares. Carpas hay de todos los colores. Aleteábamos en medio del campamento donde vivían algunas de ellas. Carpas dentro de carpas. Un canibalismo benigno, tan habitual en los peces. Pero a los padres de esos niños que  nos molestaron tampoco les agradó la libre peregrinación de nuestra especie y nos llamaron parásitos, ladrones e hijaeputas en el peor sentido, sin considerar valentía, hijaeputas porque algunas mamás eran negras y “todas las negras son putas”. Aun con repulsión quisieron asarnos en una fogata descomunal, porque decían que ese mar que tranquilo los baña era sólo su mar, porque ignoran que todos los mares son el mismo mar. Por poco nos salvamos las carpas-vivientes; las carpas-hogares ardieron sin remedio y sin carne, puro derroche.

Abracé a mi cardumen mientras atravesábamos el terreno humeante con la gravedad absoluta de las nadadoras de lava.