Muéstrame tu herida

Éramos adolescentes y bajamos al vuelo un camino en pendiente entre bosques de pinos oscuros. Al llegar a un recodo, a un manchón de matorrales, nos sentamos asesando en una piedra plana. Me preguntó si quería ver algo. Una herida. Qué herida, le pregunté. Esta, mira, te la voy a mostrar, pero solo si quieres, solo si te gusta mirar heridas. Me demoré en contestar. No fumaba en aquellos días, pero hice un ademán parecido al de un hombre que tantea sus bolsillos en busca de cigarros. Tras los cerros se vislumbraba el resplandor de un lejano poniente. Pensé en mi casa, en los ajetreos de esta hora de la gente de mi casa, ir y venir por los pasillos, el óxido crepuscular en los espejos, alguna pregunta lanzada entre el comedor y el patio de atrás, un timbrazo, las campanadas de un reloj de la pared, el canario dando saltos de costado en su palito. En unos minutos alguien se acordaría de cubrir la jaula con un trapo. Se suponía que la oscuridad hacía que el canario se sintiera seguro y pudiera sepultarse en su sueño. Le dije que sí quería ver. La herida era más bien una cicatriz, es decir la huella de un antiguo accidente. Una línea recta que subía por la parte posterior del muslo derecho. Para mostrármela se echó sobre la piedra plana en posición decúbito abdominal, con la falda recogida o levantada. Seguí la huella lentamente con un dedo, como si fuera un ciego descifrando un versículo en braille o un vidente intentado averiguar eventos del pasado por el contacto de sus yemas con la superficie de una foto.

La diferencia es que yo tenía los ojos muy abiertos y fijos en el aquí y en el ahora. No dijo nada cuando le levanté la falda un poco más y luego otro tanto y luego descaradamente. Me gustó la gradiente que insinuaban los músculos de su espalda y las vértebras o lo que haya sido, montículos, lunares, pecas, no sé bien. Para sacudirme de una especie de adherencia inmanente le pregunté quién era el monito que salía en sus calzones. Ah, me dijo, Winnie the Pooh, ¿lo conoces? Nunca lo he visto la verdad. Ah, es lo máximo.