Viernes 13

El pasado viernes 13 de octubre, el evento “Museos de Medianoche” tuvo una nueva convocatoria a lo largo del país, jornada que ha mostrado un mayor flujo de visitas a los establecimientos participantes desde que comenzó esta actividad, afirma Karen Ahues, encargada de las comunicaciones de Dibam, coincidiendo en que cada vez se suman más centros culturales públicos así como privados a la iniciativa. Visitas a museos, galerías de arte y exposiciones, de forma gratuita entre las 18:00 a 00:00 horas, es lo que ofrece esta actividad en 14 regiones diferentes. Por primera vez decido participar en la 31° versión de este circuito nocturno, que lleva desarrollándose por 15 años en la capital. A las cinco de la tarde del viernes nos juntamos con la Damarí en el bandejón de la Alameda, después de clases. Iremos a los Museos de Medianoche para sentirnos como en la película que protagoniza Ben Stiller e impregnarnos con la cultura, distraernos y aprender algo nuevo, esa es nuestra misión. Nos sentamos en una banca cerca del metro Los Héroes, a fumar y conversar. Las dos medio calladas, las dos medio tristes. La Damarí no había comido nada en todo el día, así que estaba un poco ansiosa de ir a tomar once. Drogadas caminamos hasta el paradero y tomamos una micro hasta el frontis de la Universidad Católica que está una cuadra antes de Plaza Italia. Nos bajamos corriendo, ninguna iba pendiente de dónde estábamos. Fuimos a un café pequeño por el barrio Lastarria, donde se demoraron en atendernos y se demoraron aun más en traernos el pedido. Aburridas y hambrientas mirábamos a los demás. Un mesero raquítico que se paseaba con una gran sonrisa sirviendo tazas de café, sandwiches y pasteles. Se arreglaba los rulos del peinado mirándose en el espejo de la pared que estaba a mi espalda. Cuando llegó la comida volvió también de a poco nuestra alma. Eran las ocho de la tarde cuando pedimos la cuenta y nos fuimos caminando al Museo de Bellas Artes. Habían luces de colores proyectadas sobre la fachada de la entrada que producían un efecto 3D, como si las paredes fuesen oblicuas y se contornearan como olas. Aún con un leve efecto de la droga mirábamos todo como un gran espectáculo y nos puso contentas. Entramos y vimos las estatuas. La Damarí había ido al museo hace unas semanas y quería sacarse una foto con la primera estatua, la figura de un hombre exigiendo una orden con cara taimada. Ella se puso al lado con cara triste y se la saqué rápido porque le daba vergüenza que los demás la miraran. Fuimos al salón donde se exponen obras chilenas. La última sala se separa de las demás con dos pesadas cortinas a la entrada. Yo iba detrás de mi amiga y veo que un destello de luz la ilumina de frente, era una imagen hermosa a la que necesitaba sacarle una foto, e intentar que esa imagen reflejara lo que mis ojos veían. Entramos y la exposición era un video de átomos colisionando, mientras sonaba una música que llenaba toda la oscuridad. Luces blancas se expandían por la pantalla al ritmo de latidos, simulando un Big Bang que iluminaba la pantalla completa y nos dejaba ciegas por unos segundos. Después de un rato ya estábamos lo suficientemente aturdidas o hipnotizadas y seguimos viendo las demás obras. Volvimos al salón de entrada y nuestra siguiente parada era visitar la exposición de Andy Warhol en el Centro Cultural la Moneda, que solo estaría hasta el domingo. Nos fuimos caminando por Miraflores hasta la Alameda. Vendedores ambulantes todavía ocupaban las veredas, era viernes por la noche y la ciudad estaba viva. Compramos papas fritas en un carrito donde nos atendieron dos peruanas: una nos llenó un plato de plumavit rebalsando papas, tanto así que le puso una bolsa para seguir echándonos más; la otra me recibió la luca. Seguimos avanzando hacia La Moneda. En el Paseo Ahumada tuvimos que tomar un desvío porque están construyendo la nueva línea del Metro. Le saqué algunas fotos a la gente que pasaba en sentido contrario a nosotras, en las que se ve la torre Entel iluminando todo desde el fondo. Llegamos al Centro Cultural La Moneda y dejamos la mochila en el mesón de la entrada. Había fila para ver la sala de exposición pero avanzó rápido. La Damarí me comentaba que lo que más le gustaba de Warhol es que usará la repetición de imágenes, con distintos colores y que con solo ese detalle el mismo objeto se viera totalmente diferente, como reflejo de una mente obsesiva. Como la Yayoi Kusama, le respondí yo. Pasamos a la segunda sala de exposición y al salir había una fila mucho más larga que cuando llegamos. Padres esperaban para entrar mientras sus hijos corrían de un lado para otro. Volvimos a la calle agotadas, no pensamos que nos íbamos a cansar tanto. Dudamos un rato si seguir con nuestra expedición o dejar todo hasta ahí. Pero el Museo de la Educación Gabriela Mistral nos llamaba con su afiche de «Escuela (Para)Normal». Así que tomamos una micro hacia la Quinta Normal y nos bajamos cerca de la estación de metro, donde está la entrada del parque. La Damarí ya resultaría ser mi guía, ella ya conocía el museo y sabía relativamente donde quedaba. Eran las once de la noche y no había tiempo que perder. Cruzamos por Catedral, e íbamos hacia Santo Domingo cuando miro el suelo y veo una imagen de huellas de pie que dice: Museo de la Educación; formando un camino que se devolvía por nuestros pasos. Detengo a mi amiga y le digo: mira, es por acá. Doblamos por Chacabuco y pasada la esquina con Compañía de Jesús está la entrada. Un letrero escrito con tiza solo nos dice: Hoy Museos de Medianoche; y el resto del mensaje borrado. No eran buenas señales, llegamos tarde parece. Entramos a ver qué onda y nos dicen que la última visita guiada ya está llena, pero que si queremos podemos entrar igual a ver el museo. Vamos al patio y hay un letrero con todas las actividades programadas para esa tarde. Llegamos tarde a todas, no sabíamos que había Encuentro de dos mundos, Taller Catrinas, Breves relatos curiosos, Cuentos misteriosos, Aves brujas, Magicuentos, la visita a la Escuela (Para)Normal y Miedo a la Chilena, ni tampoco a lo que se refería cada una de ellas. Decidimos subir a ver una de las salas. Estamos en eso cuando uno de los encargados del museo nos dice que harán la última guía y que bajemos a la fuente del patio para juntarnos, si queremos seguirla. Todos en la sala bajamos al primer piso, en la fuente ya había gente esperando y el grupo crecía más y más. Jorge Valdés, el mismo joven que nos habló en la sala, se puso al medio del patio y empezó a contarnos la historia del lugar. Todo el segundo piso eran dormitorios para las niñas que iban a estudiar para ser profesoras. La escuela funcionó desde 1886 hasta 1973 y fue ahí donde Gabriela Mistral estudió. En 1910, obtuvo la mención para comenzar a ejercer su trabajo como profesora de educación básica. Luego Jorge nos pidio que subieramos a la sala del segundo piso y fuimos todos como un rebaño siguiéndolo. Éramos cerca de cincuenta personas, o un poco más. Cerraron la puerta de la sala, porque Jorge quería que viéramos la oscuridad en la que vivían las niñas de noche. Se escuchaban crujir las tablas del suelo, la gente se movía y no entendíamos por qué, hasta que vemos pasar a una mujer entre nosotros cantando una melodía. Desde la otra esquina de la sala ella prende una lámpara y habla sobre la madera del suelo, los ruidos, la oscuridad, las paredes y la soledad. Apaga la luz y nos hacen salir a todos de la sala. En masa vamos callados por la expectación. Jorge nos guía a la siguiente parte del recorrido, donde hay una simulación de sala de clases y nos habla sobre los castigos. El cajón de la esquina y el puntero con el que el profesor hacía indicaciones a la pizarra, eran algunos de los elementos que usaban para reprender a los estudiantes. Golpes en la cabeza, nudillos o palmas de la mano eran cosa de todos los días. La letra con sangre era ley permitida de los siglos XIX y XX. Un par de actores recrearon una clase de caligrafía, haciéndonos al público participar y usar el mobiliario. Cuando la actriz-estudiante iba a ser encerrada en el cajón, Jorge nos pidió que avanzáramos a la última pieza. Nos llevó a la entrada de la capilla que está en el segundo piso. Después de un breve discurso nos invita a pasar a la capilla que es donde se escuchan ruidos de noche. Solo para valientes, dijo. Nos miramos con la Damarí y entramos, entramos todos. Estaba oscuro y se hacía eco. No se veía el techo ni la pared del fondo, pero el sonido de las cosas nos dejaba deducir la profundidad del lugar. Nos tomamos del brazo y escuchamos en silencio. Jorge con un bastón comienza a caminar desde la entrada hacia el centro. Nos dice que él, como parte del equipo del museo, sabe que cerca del altar es donde pasan «cosas extrañas», que se escuchan niñas reír o llorar. Nos da las gracias por la visita y nos desea con todo el alma que ojalá nadie del rebaño se lleve a una niñita para la casa. Nos reímos con miedo: jajajá, decimos todos sin poder mirarnos. Prenden las luces y por fin podemos ver la capilla, el techo alto y unas cuantas sillas pegadas a la pared. El lugar del altar está lejos de donde estoy, no creo que penen porque prefiero no creer en esas cosas. Llegan los actores que vimos antes y todos aplaudimos. Jorge antes de despedirse definitivamente, nos cuenta que con los actores tenían planeado solo dos visitas guiadas, que la de nosotros era la cuarta y estaban agotadísimos. Damos las gracias a todos y bajamos la escalera siguiendo al grupo. A la salida el guardia de la puerta nos pregunta si vamos a la Alameda, le respondemos que sí. Tomen esta micro que ahora va saliendo -nos dice, apuntando una micro estacionada de color verde- va pa Matucana con la Alameda, este barrio es muy peligroso de noche. Era todo lo que necesitábamos. Nos subimos y esperamos a los demás afortunados -como nosotras- notificados de esta noticia. Luego en la Alameda nos fuimos hasta Santa Rosa a tomar la micro para la casa ya iban a ser la una. Sentadas en la micro vacía le pregunté a la Damarí como lo había pasado: bien, no sabía que Warhol había trabajado con Miguel Bosé, dice. Yo no sabía de la existencia de las Escuelas Normales, le respondí. Quizás tú no, pero la niña que viene al lado tuyo sí, me dice entre bostezos antes de quedarse dormida.

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Esta crónica se debe al curso Producción editorial II, de la escuela Literatura Creativa UDP, con el motivo de practicar un género periodístico.