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En ese entonces, una amiga retaba a su mamá por su amnesia. En ese entonces, mi amiga estaba en cuarto medio y decía que no se iba a olvidar de nada. Conversaba con su mamá y ella le decía que, en realidad, también tuvo una buena experiencia en el colegio, pero no se acuerda de mucho. Mi amiga le reprochaba su desmemoria, su falta de atención o falta de interés. Yo escuché la anécdota también en cuarto medio y ahora casi no me acuerdo de las circunstancias. Como un glitch, pedazos de fotos, recortes sueltos en el fondo de una caja de zapatos.

Pienso en eso cuando decidí cerrar mi Facebook. Creo que fueron cerca de 10 años. Pensaba hacerlo antes, pero nunca sentí que lo lograría. En realidad, me da vergüenza contarlo como si fuese “algo importante”, como si hubiese ido a vivir al extranjero o me hubiese cambiado de trabajo. Pero la gente me lo pregunta, me interroga para ver si es que me siento bien, si todo anda bien en mi vida.

En el 2008 fue otra amiga la que me creó mi primera cuenta de correo electrónico para que pudiéramos hablar por MSN. Después de eso, creé una cuenta de fotolog (fotolog.cl y no .com). Subía fotos en 3 megapíxeles que encontraba en Google, de anime y las bandas que me gustaban. Así empecé a conversar con una compañera del paralelo en 5to básico y dijimos que comenzaríamos a pololear. Ella se llamaba Sofía y después terminó por enojarse conmigo cuando se dio cuenta que nunca le hablaba en los pasillos del colegio o en el recreo. Nunca si no fuera detrás de un computador. Si hoy en día me preguntan si he pololeado, digo que sí, pero nunca cuento esta vez, porque tampoco tengo tantos recuerdos. Si los tuve, quedaron en bytes.

Después terminé en un foro de internet. Mi usuario lo llamé con un nombre gringo porque en ese tiempo eran los únicos que usaba: Edward Ford. Tenía trece o quince. Mi email [email protected] lo había nombrado a partir de mi propio nombre al revés porque pensaba que el que tenía era demasiado aburrido. No recuerdo qué año comencé en el foro, pero sé que duró bastante. Quizás 3 o 4 años, pero apenas me acuerdo de cosas, quizás nada. Hace un par de años volví a meterme al foro. Seguía existiendo el dominio, también mi cuenta y cada una de las publicaciones que había hecho. Las miré, las leí, pero no las reconocí. Quizás tampoco debería.

Cerré Facebook después de múltiples intentos porque tampoco me quería olvidar de todas las fotos que nunca veo, de toda la gente que alguna vez conocí, pero con la que nunca volví a hablar. Tampoco quería olvidar los mensajes hueones e hiper cursis que le enviaba a la única persona que alguna vez llamé polola. No quería olvidar esos mensajes que no pienso leer, ni las fotos que alguna vez borré y que, quizás, aún pueda recuperar. Al cerrar Facebook pensé que, quizás, me iba a desarmar. No mentalmente, sino yo mismo. Desarmarme y quedar como un montón de recortes sueltos en el fondo de una caja.

Mi papá acostumbra a decir que la vida de uno no es nada más que un montón de momentos (¿recortes en el fondo de una caja?). Supongo que tiene la razón, pero no quiero empezar a creerle. Además, suena muy cursi.

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Tomás Herrera Asenjo (Santiago, Chile 1995). Alumno en vías de titulación en Filosofía de la Pontificia Universidad Católica. Como narrador ha participado en la creación de varios fanzines colectivos (Balmaceda Arte Joven, 2014, 2015). En el año 2017 participó como narrador en la Antología de Narrativa ‘¿Quién dijo que estaba todo perdido?’ de Balmaceda Arte Joven. El mismo año coordinó y lideró el proyecto de literatura experimental ‘Materiales Peligrosos’. Actualmente dirige talleres de filosofía a jóvenes en riesgo social en el centro de internación provisoria en la comuna de San Joaquín y participa en el ciclo de “Violencia” del grupo Weye. Escribe sobre cine y filosofía en La Séptima Marraqueta.