El escondite

Espera ¿lo hacemos a escondidas? Si es que prometes contar hasta diez, puede ser que te descubra y que tú me descubras también. ¿Eso es posible? ¿descubrirse simultáneamente? Sí, eso es amor. Amor a la sabiduría plenamente asociada a las investiduras libidinales arcaicas. El rey Neptuno ruega el silencio de Eros y propone hacer una colecta a favor de Euclides. No, no sigamos haciendo un nudo donde ya está anudado ¿Cómo sabemos si siempre estarán unidos? Porque ellos deciden. Decidir no es fácil cuando tú tienes la tarea. Pero no se preocupen, como este es un caso especial, prometemos que la decisión será una tarea solo, y exclusivamente, si el Rey así lo desea.

Prosigo: la respuesta es cinco y el problema era cuatro, ¿entonces la profesora tiene el número tres? No volveré a repetir el ejercicio, me cansa y me deja indispuesta. No obstante, mi irracionalidad está dispuesta a humillarse ante él nuevamente. Llorar para servirle al amo siendo una esclava, suena como un sueño condecorado, y eso que no me caracterizo por pertenecer a la “alta sociedad”. Más bien, creo que soy un espantapájaros que aspira a elevarse y a convertirse en algo más que un mero ser vivo.

Es así como incide en mí el esquema de lo indescifrable. Siéntate que tengo que hablarte. La calma es algo que hace mucho tiempo dejé de lado, no hace más que inquietarme. Entonces pienso: “muerde el hilo conductor de mi párrafo y devora mis verbos enclaustrados”. Únete a mi enigma infundado y repartamos condones por el mundo. Un beso de media noche es suficiente para recordar mi muerte. Un alarido matutino me calmará la melancolía permanente.

En los sueños colecciono recuerdos inexistentes, la realidad hace que me pierda en lo que no reconozco como propio. Lo impropio es ese camino por el que anduvimos de la mano. Toma mi columna vertebral para que sepas hacia donde voy. Te esperaré, lo prometo. Prometo que hoy te enviaré una señal, ojalá la pudieras interpretar. No hay salida en este mar tormentoso, trae los flotadores si es que confías en mí. El alma se despierta para desordenar el equilibrio ilusorio y superficial.

Ámame para que me ame, te amaré y creceré en ese nido tibio. Un abrazo sumergido entre tus brazos, aquello constituirá nuestro último ocaso. La redundancia se apodera del cuadro valioso que dibujé alguna vez, y mis pies descalzos ruegan descanso. Descansar en tu pecho para coordinar las respiraciones. Una melodía de los arcángeles que me incita a acariciarte.

No abandonemos esta nupcialidad que ha aceptado que nos queramos. No me des la espalda si es que dices quererme. Querer es confesarte que muero por verte. Pero el orgullo se enfurece y te mira indiferente. Si tan solo supiera hablar desde la irracionalidad que me consume, puede que el sol me quemara esta vez. Ardiente es el murmullo de tu voz imaginaria, las palabras me besan los oídos por la madrugada. Adiós, amado mío, dejaré la cena servida nuevamente. Sé que no llegarás a comer, pero de todas formas ahí estaré. Con los ojos abiertos, anhelando soñarte sin necesidad de dormirme. Soñaré que estás aquí y que esto es real.

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Arantza Riquelme, 22