Adiós

El día que morí no había caras conocidas a mi alrededor. Solo vi pantallas con estáticas y voces robóticas a través de los parlantes. Me congelaba de a poco mientras veía el calor de tus fotos desparramadas por el piso, lo único tangible cerca de mí.

En el velorio nadie derramó una lágrima. Reinaba el silencio. Esperé a sentir tus labios, pero nunca llegaron. Quería sentir la piel del otro una vez más, pero no podemos tocarnos, no podemos ser humanos.

Cuando desperté, no había ni tribuna ni Jehová. No vi ángeles ni otras vidas. Soólo yo. Yo contra mi ser. En un eterno y asfixiante infinito. Vi el trono de dios y estaba vacío, así que ocupé el asiento de esa infinita soledad contemporánea.

El día que morí, seguíamos encerrados. El día que morí, supe que no viniste.

Así será el día que muera, entre pantallas y distancia.