El último árbol

A mí amado amigo, el del sur del continente.

Había recorrido las calles del centro de la ciudad con la ilusión de encontrarse con Azul aquel atardecer en que la lluvia acompañó sus lágrimas. Sabía que era una apasionada por las calles de la Candelaria, fuente de inspiración de sus retratos.

Al llegar al centro cultural Gabriel García Márquez, recordaría que conoció Azul una tarde de verano en la plazoleta de las Nieves. Ese lugar jamás se caracterizó por tener presencia femenina, quizás eso hizo que se sentirá cautivado por aquellos ojos marrones que se habían posado en los suyos. Sabía que nunca más volvería a ver otros que despertarán aquella incertidumbre, y certeza en él. Esa tarde, Benjamín sintió que Azul no solamente lo invitaba hacer parte de su retrato, no sabía por qué, pero tenía la extraña sensación de que ella y él vivirían una historia más allá del tiempo.

Y vaya que no sé equivocaba…

Ese día no sólo lo retrato, sino que terminaron tomando un café en Luvina. Azul le contraría a Benjamín, que hacía dos meses había regresado al país con la esperanza de que su padre superara un cáncer que día a día lo estaba extinguiendo. Quizás su presencia y siendo la niña de sus ojos como solía decirle el viejo Federico, harían que se aferrará a la vida. No fue así, a las dos semanas de su regreso, el viejo Federico apasionado por los caballos, la lectura, el vino chileno, y la comida colombiana, había muerto.

Esa pérdida no se comparaba con ningún dolor que había experimentado. Su cómplice, aquel que la había alentado a estudiar artes en Dublín, se había ido sin enseñarle a continuar sin él. En la medida que Azul iba narrando el sufrimiento tan profundo de la ausencia de Federico, Benjamín noto que el color marrón de sus ojos se había intensificado en medio del cristalino de sus lágrimas, hecho que causase, en él, un enamoramiento hasta perder la razón.

Azul continuó diciéndole a Benjamín que ya no había nada que la detuviese en el país, y decidió retratar en la plazoleta de las Nieves con la intención de recuperar aquella inspiración que sentía se había esfumado tras la muerte de su padre. Dentro de tres semanas regresaría Dublín, y continuaría con su vida o con lo que había quedado de ella. Él sentía que esas palabras eran como un puñal en su corazón, no quería que se fuera, quería intentar reconstruir esa belleza que se marchitó con su amor. Azul hizo una pausa y miró a Benjamín, diciéndole: “he hablado demasiado y no sé nada de ti”. Benjamín, quien se encontraba extasiado ante el relato de ella atinó a decirle: “sí, has hablado demasiado, lo suficiente para saber que quiero escucharte toda una vida”.

En ese instante el rostro de Azul se llenó de un rojo escarlata y su mirada que se había mantenido conectada a los ojos de Benjamín no resistió aquella confesión. Él prosiguió y le dijo: “en mi vida no hay nada interesante como en la tuya; soy un hombre parco, apasionado por Blues, y el Jazz, hace dos años y miedo me separe, mi exesposa no soporto la muerte de nuestra hija Celeste. En el fondo creo que pensaba que era el culpable de que ella ya no estuviera con nosotros. Siempre solía gritarme; si no se te hubiera ocurrido la brillante idea de llevar a Celeste a ese maldito paseo ella estuviera aquí, porque no te ahogaste tú. Créeme que daría lo que fuera por haber sido yo y no mi pequeña, la amaba tanto, era tan dulce, quizás hubiera sido una gran artista como tú, Azul. ¿Sabes? le pusimos Celeste porque sus ojos eran el celeste más puro que habíamos podido contemplar hasta el momento.

Pero como le iba negar ese paseo a mi niña que tanto se había esmerado por sacar buenas calificaciones, y su anhelo era conocer el mar. Le insiste tanto a Amatista que nos acompañara, pero no quiso; no podía soportar que otras personas vieran los estragos que, según ella, había hecho el embarazo de Celeste en su cuerpo. Esa mañana, mi pequeña y yo nos encaminamos a tomar carretera queríamos disfrutar los paisajes y llegar a Cartagena el miércoles para poder tomar el feriado.

Si hubieras visto la cara de Celeste cuando estuvo frente al mar, era como si sus ojos hubieran encontrado su hogar. Jamás podré sacar de mi mente la sonrisa de marfil de mi niña ante la alegría que le provocaba estar en Cartagena. Me pregunto porque me distraje con los cantaores de San Basilio de Palenque, y no centre mi atención en mi ángel, quizás mi amor desmedido por la música hizo que en un segundo una ola me arrebatara a mi Celeste. Me sumergí una y otra vez buscándola, pero sólo hallé la medalla que le obsequió Amatista cuando nació. Tuve que esperar hasta la mañana siguiente para que un buzo la pudiera encontrar. Cuando aquel hombre la encontró mi pequeña parecía que le hubiera arrebatado la belleza a Venus, no podía entender como tanta belleza yacía sin vida. Desde ese día, mi vida no volvió hacer la misma e intento sobrevivir con mis recuerdos.

Pero ahora que te he visto Azul, mi vida vuelve a tener Azul Celeste. Pensarás que estoy loco, y quizás lo esté, siento que tú y yo estamos destinados a vivir”.

Azul, quien había quedado atónita ante aquel capítulo de vida de Benjamín no podía apagar el carmesí de sus mejillas, y el temblor de sus manos. Lo miró fijamente y le dijo: “Benjamín, los dos hemos tenido pérdidas incomparables y la verdad no sé cómo explicarte, pero mi corazón siente que habrá un antes y un después entre nosotros. No puedo garantizarte que será color rosa te mentiría, sólo viviremos2. Y él respondió: “viviremos, Azul”.

Esa noche se despidieron con la promesa de volver a verse al día siguiente…

Había amanecido en la ciudad de Bogotá y Benjamín no veía la hora de ir a la plazoleta de las Nieves, y volver a ver Azul. Las tres de la tarde marcaron en el reloj y ella venía con un vestido floreado que no le hacía apología a su belleza. Se sentó en el mismo sillón del día anterior y comenzó a retratar la iglesia de San Francisco de Asís, recordándole a su padre que sus restos yacían ahí, Benjamín apareció como el sol que ilumina todo a su alrededor eso sintió Azul al verlo; se levantó del sillón y se fundió en un abrazo en su pecho. Si hubiera sabido que ella lo dejaría jamás la habría soltado.

Quiso llevarla a conocer el bar en el que años atrás tocaba Blues y Jazz. Azul había quedado encantada con aquel lugar, no podía comprender cómo aquel hombre que había interpretado para ella de esa forma dejara de lado la música. Pero también comprendía que la culpa por la muerte de Celeste no lo dejaría volver a regalarle al mundo su talento, y ese día cantaba para ella sólo por amor.

En el instante que Benjamín bajó del escenario ella corrió abrazarlo, y fundirlo en un beso. Un beso que para él significo tocar el cielo desde la muerte de su pequeña, y el divorcio con Amatista no había vuelto a sentir los labios de una mujer que lo amara. Esa noche Azul lo invito a su casa en el barrio Teusaquillo. Al ingresar aquella vieja casa Benjamín fotografió con su mirada los retratos del viejo Federico, las pinturas de Azul, la hamaca en la que ella contemplaba la ciudad y el último árbol de Sauce en el quedarían plasmados sus nombres para siempre. Ella le ofreció un coñac y lo invito sentarse en el sofá y ahí estuvieron conversando hasta la media noche en que Benjamín se levantó del sofá para decirle que ya era tarde, y su camino era largo. Aunque con voz temblorosa Azul le pidió que se quedara, un día maravilloso como el que habían tenido no podía terminar así; se abalanzo a sus brazos y lo besó. Lo condujo a su habitación y allí Benjamín empezó desabrochar el vestido floreado que había acompañado Azul todo el día, contemplo y beso su hermosa piel que era suave como un algodón, sus senos eran dos duraznos que acaban de germinar y la boca de Benjamín se perdía ahí; su vientre era la guitarra que siempre había soñado tocar y su cabellera era la negra noche que tanto quería descifrar.

Toda ella era un sueño, él la tomo y la hizo suya. Si los amantes clandestinos hubieran sabido que en aquella vieja casa el amor volvía nacer, habrían ido a buscar un poco de él. A la mañana siguiente, Benjamín contemplo la belleza de Azul en aquel lecho donde la había hecho suya, no podía comprender como tanta belleza había posado sus ojos sobre él. Ella despertó, y era ver despertar a las ninfas que habían sido amadas por Zeus. Se puso el pijama azul de seda y beso a Benjamín, y cuando se dirigió a la cocina y le preparo un café negro, empezó a decirle: “¿sabes? He pesado la mejor noche de mi vida, sé que me amas con locura con la intensidad que quizás yo no pueda amarte. Estos días han sido los mejores de mi vida, he sentido que en tus brazos se va toda la tristeza que dejo la muerte de mi anciano padre, cuando me hacías el amor lloraba en silencio porque me sentía indigna de tanto amor.

Benjamín, no quiero que dudes ni un solo instante que te he amado a mi manera como se ama lo profundo, lo puro, lo que sabemos de antemano que el creador del universo nos obsequia sin merecerlo”. En ese momento, Benjamín tomó nuevamente un sorbo de aquel café y le dijo: “Azul, sé que me amas a tu manera y no pretendo que lo hagas de otra forma. No te estoy pidiendo que te cases conmigo, ni que me des hijos, sólo quiero que te quedes y seas la última página de mi vida. Las lágrimas brotaron de aquellos ojos marrones que lo enloquecían, y solamente atenuaron a decir: “si supieras que no le hago tanto bien a tu vida te alejarías de mí, soy una mujer llena de conflictos internos que solo encuentra paz en mis retratos”. Él beso sus ojos como queriendo quedarse con el cristalino salado que le ofrecían esas pupilas, que lo llevaban a otra dimensión; a una celeste.

Lo invitó a contemplar el último árbol de Sauce que había sembrado el viejo Federico años atrás, árbol en el que muchas noches de adolescencia contemplo las estrellas buscando respuestas a sus interrogantes. Y de su corazón emanaron las siguientes palabras: “Benjamín, hoy tu nombre y el mío se van a escribir en este último árbol que será testigo del gran amor que tú y yo nos profesamos. Nunca había traído a nadie a este lugar siempre lo he considerado tan mío, pero tú no eres cualquiera; eres el único hombre que me ha amado desde mis cicatrices, desde mi locura, desde lo que soy y lo que no he podido ser. Quiero que me prometas que si algún día no estoy a tu lado vendrás a esta vieja casa, regaras este último árbol como si me estuvieras dándome de beber agua a mí.

Ten la certeza que en el lugar donde me encuentre yo, buscaré la forma de escuchar Blues y Jazz eso me hará sentir cerca de ti”. Azul hizo una pausa y dijo: “nuevamente he hablado demasiado y no he escuchado que opinas tú”. Benjamín la volvió contemplar como la primera vez, la amaba más que ayer, y sonriendo dijo: “Azul, siempre hablas con el corazón de la verdad, y no sabes que tus palabras, aunque nostálgicas, son un bálsamo para mi vida. No sabes cuánto te amo y no pretendo que lo entiendas, me has aceptado con mis culpas, me has hecho feliz, y sólo deseo que te quedes.

He sentido en tus palabras un adiós que poco a poco va destrozando mi corazón. Desde que era un niño nunca he podido entender porque los seres que amo se van. Primero se fue mi madre y si la hubieras conocidos habrías sabido cuál es el origen de la bondad; después, mi padre cerró sus ojos un día en que el arcoíris se posó en su humilde hacienda; el mar se llevó a Celeste y arrasó con Amatista, ahora tú te quieres ir; llevándote mi vida, mi alma y mi corazón. Quieres que te prometa que vendré rosear todos los días en tú ausencia este árbol que hoy lleva nuestros nombres. Y te he amado y te amaré y estaré todos los días aquí. Azul, ¿mi amor no es suficiente para qué te quedes?”. Ella que no había dejado de llorar mientras Benjamín hablaba y con su mirada perdida dijo: “tú amor es más de lo que he soñado, si hubieras aparecido en otro instante de mi vida sería yo la que insistiría que te quedes. Benjamín, mi vida no es fácil y la de ningún ser humano lo es; cuando me fui a Dublín me fui llena de sueños e ilusiones, hasta el tercer año de universidad mi vida era como la de cualquier otra jovencita de veinte años. Hasta que una mañana se me ocurrió la genial idea de visitar el teatro Gaiety que es tan majestuoso y lleno de vida, que iba saber yo que conocería al que es mi esposo Cedric en ese lugar.

Cedric es un gran dramaturgo, apasionado por la naturaleza, amante de los libros y un padre ejemplar. Esa mañana me cautivó, y lo ha hecho todos los días de nuestras vidas. Nunca le he podido dar un hijo, las tres veces que he quedado en cinta he tenido abortos espontáneos o naturales como dicen las madres. Afortunadamente de su anterior matrimonio tiene a Luca, llena ese vacío que jamás podre saciar; varias veces Cedric me ha insistido que adoptemos un niño. Mi negativa ha sido contundente y me refugiado en mis retratos, la lectura y la música.

Él ha hecho todo porque yo sea feliz y lo agradezco profundamente. Desde que empecé a tomar calmantes se ha convertido en el aliciente de esa lucha a la que mis nervios me han sometido. Hace quince días que estamos juntos Benjamín y no he necesitado un calmante. Me has llenado de vida, me has amado tanto o más que Cedric, pero no puedo dejar a un hombre que ha consagrado su vida para verme feliz, y que soporta mis ausencias.”

En ese instante los ojos de Benjamín que nunca habían manifestado ni una sola lágrima, ahora se hacían presentes ante el inmenso dolor que le provocaba oír las palabras de Azul. La tomó nuevamente en sus brazos, la besó, se vistió y se marchó de aquella vieja casa con el corazón destrozado. Azul intentó detenerlo, pero sus suplicas no fueron escuchadas y, al asomarse a la puerta, veía como el cuerpo de Benjamín se iba perdiendo entre las calles. Ingresó nuevamente a la casa, y esta vez su llanto inundo el jardín donde hacia un momento había escrito el nombre de Benjamín y el suyo. Se culpaba una y otra vez de haberle confesado que era una mujer casada, si tan sólo le hubiera dicho que debía volver a Dublín porque la academia de arte en la que trabajaba le urgía su regreso. De nada servían ya sus lamentos, él se había ido, y estaba convencida de que no regresaría y ella no estaría dispuesta abandonar a Cedric.

Al llegar al parque de los periodistas Benjamín recordaba cada una de las palabras que Azul le había dicho, era como saber la hora de su muerte y no poder evitarlo. En medio de lágrimas se prometió no volver a buscarla, ella había decido quedarse con su marido y no le perdonaría no haberle dicho esa tarde en Luvina que era una mujer casada. Sentía que lo había utilizado para desfogar todo el sufrimiento de la muerte del viejo Federico, quizás había sido uno de los tantos que dormían en su cama, pero el ganador siempre sería Cedric. Habiendo reflexionado, ingresó en su apartamento y volvió tocar el Blues y el Jazz que tanto lo apasionaban; esta vez no sería por ella, Celeste siempre sería su musa. La única mujer que lo había amado sin reservas desde el momento en que nació, la única por la que valdría la pena volver a obsequiarle al mundo su música.

A la mañana siguiente Azul se dirigió a la plazoleta de las Nieves con la esperanza de volver a ver a Benjamín. El día trascurrió y él nunca llego, ella comprendió que había matado los sentimientos más puros de un hombre que la había amado más allá del tiempo, pero qué podría hacer para decirle que su corazón le pertenecía a él y a Cedric. Se dirigió al bar donde Benjamín había cantado para ella, y uno de los administradores de aquel lugar le informo que desde la última vez que había tocado no había vuelto. Era tan grande la angustia de Azul que le suplico aquel hombre que le facilitara la dirección de Benjamín y al verla tan desesperada sólo opto por decirle: “sé que vive en las torres Fenicias”. Ella agradeció a aquel hombre y salió deprisa al centro de la ciudad.

Al llegar a las torres Fenicias preguntó en todos los edificios por Benjamín, pero había tantos con su nombre y ella desconocía su apellido. Al contarle al vigilante que era un hombre tocaba el Blues y el Jazz este atino a decirle: “ya sé de quién habla usted; es el músico don Benjamín Stoesel, pero él ha salido está mañana con una maleta, no creo que vuelva tan pronto, ¿desea dejarle algún mensaje?” Ella, con lágrimas en sus ojos, miró a aquel hombre y le dijo: “quiere, por favor, decirle que estuvo aquí Azul”. El vigilante dijo: “pierda cuidado señorita, le informaré a don Benjamín su mensaje”. Con llanto en sus ojos se marchó de aquel lugar, ahora comprendía que cuando Benjamín la había tomado y besado por última vez se estaba despidiendo.

Se dirigió a su vieja casa de Teusaquillo y se dispuso a empacar sus maletas. Se decía han pasado tres semanas ya no hay más motivos por los cuales seguir prolongando mi viaje a Dublín. Mi amado esposo Cedric ya no soporta más mi ausencia y Benjamín no me quiere en su vida. Volvió a contemplar el último árbol de Sauce y se repetía: ¿sabes? Amado árbol que has sido testigo de nuestro amor, me angustia pensar que Benjamín ya no cumplirá su promesa de venirte a rosearte, no quiero que mueras. Prométeme que serás fuerte y esperarás siempre a la lluvia, ella no te abandonara como lo hicimos Benjamín y yo.

Al anochecer se dirigió al aeropuerto el Dorado y tomo su vuelo rumbo a Dublín. Atrás quedaba la historia que había vivido con Benjamín, volvería necesitar los calmantes, a refugiarse en sus retratos, la lectura, la música, y el amor de Cedric que lo llenaba todo.

Benjamín regresaba a la ciudad después de haber estado dos semanas en la hacienda que le había heredado su padre. Su pasión por el Blues y el Jazz estaba latente, su musa era Celeste, y el amor por Azul seguía ahí. Al llegar a las torres Fenicias el vigilante lo habría de abordar diciéndole: “don Benjamín, la mañana en que se fue usted de viaje vino una hermosa señorita quien no recordaba su apellido, pero cuando supo que usted no estaba sus ojos se llenaron de lágrimas y me pidió que le dijera que Azul estuvo aquí”.

Al oír mencionar su nombre el corazón de Benjamín se aceleró y agradeció al vigilante su amabilidad. Al ingresar a su apartamento unas lágrimas brotaron de sus ojos y se decía: Azul vino a verme, su amor hacia mí fue sincero, y habrá decido quedarse conmigo. Sentó sus maletas en su habitación, se puso el gabán gris y se dirigió a su casa. Al llegar a la vieja casa estuvo timbrando por más de media hora y no hubo respuesta, recordó que días atrás Azul le había dicho que su memoria solía fallarle por eso siempre escondía una llave detrás de las orquídeas que había a la entrada de la casa.

Tomó la llave e ingreso aquella casa que había sido el paraíso que construyó junto a ella esa noche de amor. Nuevamente fotografió los retratos del viejo Federico, las pinturas de Azul y la hamaca donde ella contemplaba la ciudad. Se dirigió a la habitación y aprecio aquel lecho en donde había sido suya; los recuerdos invadían la mente de Benjamín. Se repita una y mil veces cómo habían podido estar en el paraíso y ahora todo había terminado.

Observó que las maletas de Azul ya no estaban y se dijo: tal vez he llegado tarde y ella se ha ido. Camino lentamente al jardín y se acercó al último árbol de Sauce, contempló que sus nombres seguían ahí; el árbol era más bello que antes, parecía que cupido hubiera estado viniendo rosearlo todos los días. En medio de esas hojas frondosas halló una carta que decía: “Benjamín no sé si algún día vuelvas a frecuentar nuestro último árbol, al día siguiente de tu partida te estuve buscando y no te encontré. Sabes me voy con el corazón destrozado, ahora comprendo tu dolor porque lo estoy sintiendo. Quiero que sepas que mi corazón se dividió en dos entre Dublín y Bogotá, entre Cedric y tú; te he amado y te amaré siempre no lo dudes. Tu amada, Azul.” Esta vez sus ojos no se llenaron de lágrimas. Había comprendido que ella lo había amado; quizás no tan profundo como él, pero lo había amado.

Desde ese día se dispuso a cumplir su promesa de rosear el último árbol que le hacía pensar que en cada gota de agua, besaba los labios de Azul.

Yessika María Rengifo Castillo

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Sobre la autora:

Escritora colombiana. Docente, licenciada en Humanidades y Lengua Castellana, especialista en Infancia, Cultura y Desarrollo, y Magister en Infancia y Cultura de la Universidad Distrital Francisco José De Caldas, Colombia. Desde niña ha sido una apasionada por los procesos de lecto-escritura, ha publicado para las revistas Infancias Imágenes, Plumilla Educativa, Interamericana De Investigación, Educación, Pedagogía, Escribanía, Proyecto Sherezade, Monolito, Perígrafo, Sueños de Papel, Sombra del Aire, Plumilla y Tintero, Chubasco en Primavera, Íkaro, Grifo, La Poesía Alcanza Para Todos, Ibidem, Narratorio, Piedra Papel & Tijeras, Extrañas Noches, Cadejo, Microscopías, Psicoactiva, etc. Ha participado en diferentes concursos nacionales e internacionales, de cuentos y poesías. Autora del poemario: Palabras en la distancia (2015), y los libros El silencio y otras historias, y Luciana y algo más que contar, en ellibrototal.com. Ganadora del I Concurso Internacional Literario de Mini poemas Recuerda, 2017 con la obra: No te recuerdo, Amanda.