Primer lugar concurso literario Grifo 2022, categoría cuento: «Chancho esperanza» | Kyra Stegman

El viejo Leanor llegó cojeando. Lo tomé por el brazo y lo agradeció con un gesto de cabeza. Algunos años antes se habría soltado de un tirón alegando que no era ningún viejo decrépito y que no se iba a morir por más que todos los estuviesen deseando. Como si tuviese mucho que dejarnos…

Subimos el cerro esquivando basura y un par de perros muertos en plena putrefacción. Cuando llegamos a la vereda de la casa le solté el brazo y me detuve un momento a contemplar el paisaje. Las luces de la ciudad, allá abajo, comenzaban a encenderse a medida que el sol emprendía su lenta zambullida en el mar. Ahí en la villa Esperanza no había postes, y no era que no se necesitaran o que no se hubiese intentado, el Leanor tenía la casa plagada de papeles arrumbados llenos de las promesas vacías del alcalde y su gabinete. Un par de fotos enmarcadas dándose la mano y posando con la junta de vecinos. Pero seguíamos a oscuras.

El viejo me gritó desde dentro de la casa y atravesé la reja destartalada derechito hacia la ventana de la cocina. El sol ya casi no se veía, allá lejos en la playa, y el Leanor empezó a buscar la lampara mientras despotricaba contra el municipio. Comimos en silencio hasta que la lampara se apagó.

A las nueve llegó la María, hija menor del Leonor, de cincuenta años, con el cabro chico en brazos y la niña Martina cargada con las cosas del colegio. Entraron limpiecitos, la María dijo que se bañaron en la sede porque el camión aljibe no pasaba hasta el jueves. Saludaron y pasaron corriendo al patio donde los esperaba el Gordo, un chancho chico que hace un par de semanas se escapó del matadero justo cuando yo andaba robando wifi para mandar la tarea.

Lo vi corriendo cerro arriba, una cosita rosada que brillaba entre la basura de la ladera. Era chiquitito como perro cuico y se fue chillando entre mis brazos todo el camino a la casa. Los niños se volvieron locos. El Leanor me quería echar con chancho y todo cuando le dije que no era para comer.

A los dos días apareció el dueño del matadero reclamando el chancho y mentimos lo mejor que pudimos, los vecinos mintieron también. Todos fuimos, nadie fue. El viejo volvió con los pacos y el traficante de la esquina nos dijo que tranquilos nomás, que al chancho no se lo llevaba ni el mismísimo Papa.

No sabemos que hizo, el Leanor dice que mejor no saber, pero nadie más vino a reclamar al Gordo. Ahora es la mascota de la villa, le traen regalos y hasta le hicieron un mural en las panderetas del fondo. Incluso el Leanor le agarró cariño, ahora si le preguntan cuándo llegará la luz responde: Cuando el gordo aprenda a volar…