Santiago, 26 de abril de 2024.
Querida yo,
Hoy me encuentro finalmente lista para iniciar con esta carta, luego de cuestionarme diversas veces si debía proceder con esta charla, porque aquí no hay nada que no sepas.
Me da miedo esta situación, y no es algo que no sepamos, desde hace bastante tiempo lo vengo notando, pero no estaba totalmente segura de si mis sospechas eran ciertas o simplemente estaba siendo una inmadura, propensa a sentir demasiado en una etapa de la vida que se caracteriza por eso mismo.
Cuando era chica, solo quería crecer y convertirme en alguien totalmente diferente, con otras metas, sueños e intereses. En ese entonces no tenía idea de qué pasaría: si me hubiera enterado antes, ni siquiera hubiera considerado hacer un cambio en mí.
Lloraba desconsoladamente en mi pieza, rogándole a quien estuviera fuera de este mundo que me ayudara a regresar, pero ¿hacia dónde? No lo sé, no es como si me hubiera ido a otro lugar del planeta, ni mucho menos de la galaxia, no. Simplemente sentí que algo que solía estar presente, ya no lo estaba. Mi cuerpo se hallaba intacto, pero una pequeña parte de mí ya no se podía localizar dentro de aquel espacio. Era una pieza pequeña, pero la falta que me hacía se sentía como si la respiración me faltase cada día, a cada hora. A quien la gente se refería como gris, por su forma “aburrida” de actuar, ahora era todo el tiempo azul. No estoy hablando de que mi piel lo fuera, sino que yo me convertí en azul, yo me convertí en ese color “triste”, todo de mí se veía y sentía así: físicamente mi cabello estaba en constante caída, mis ojos miraban el suelo a cada momento y a los lados de mis ojos apagados había marcas rosadas.
Por otro lado, mis emociones se encontraban ausentes y pasé a sentirme como un sujeto inexistente. Dentro de mi ser todo se sentía vacío, y era como si esa sensación se burlara de la falta que experimentaba y se hacía resonar por todo mi interior. No había nada, pero me estaba ahogando de manera inexplicable.
No sé cuándo, ni por qué empezó, pero recuerdo haber extrañado a una persona que ya no está y difícilmente regresará. Hasta el día de hoy me siento muy ajena a quien fui a los dieciséis años y no sé qué pasará en un futuro si me sigo extrañando tanto como lo hago.
Al menos, en la actualidad, ya no lloro siempre por la falta de identidad que sentí profundamente cuando recién me di cuenta de que algo andaba mal con mi interior, pero tengo miedo. Temo porque ya no sé quién soy, no tengo idea de quién es la persona que siempre veo en el espejo cada vez que me encuentro frente a uno. No sé sus metas, si en algún momento tendrá alguna, si aspira a hacer algo grande en su vida o seguirá avanzando a tropezones y quejándose de que Barbie le mintió cuando dijo que podía ser lo que quiera ser, porque aún deseando con todas sus fuerzas volver a ser quien era, siente que no puede ser quien quiere ser.
Con mucho cariño e incertidumbre,
yo
