Amenaza

*Aviso: esta vivencia invita más a la reflexión que a las risas, debido a la gravedad del asunto que menos mal terminó aquí, como una anécdota pandémica.

Las cuarentenas del 2020 me obligaban a aprovechar el Permiso de Desplazamiento de mi mascota para ir a un negocio a comprar víveres. Lo pedía porque consideraba verosímiles esos relatos sobre fiscalizaciones y arrestos de personas que no lo tuvieran. Al llegar nos quedábamos en la vereda, porque el dueño, durante la pandemia, cerró la entrada y vendía por la reja hacia afuera. Uno de esos días, mientras esperábamos en la fila con mi perrita, un hombre que estaba detrás de nosotros se le acercó para hacerle cariño. Eran tiempos de distanciamiento social estricto, tiempos donde creíamos que hasta los perros o los gatos se contagiaban de covid-19. Como todo era incertidumbre, uno andaba alerta. Además, debo decir que mi mascota es una perrita bastante pesada y no reacciona bien ni a las miradas directas ni a las repentinas demostraciones de afecto de extraños. Al verlo estirar la mano, lo primero que ella hizo fue esquivarlo. El tipo intentó acercársele más. Entontes le advertí «cuidado que muerde». El sujeto me miró molesto y respondió «y por qué no lo dijiste antes». Le pedí que mantuviera la distancia. Se enojó más. Me dijo «si tu perro me hace algo, le pego un balazo aquí mismo». Creo que del puro susto le mencioné que no debería andar armado en la calle. Me dijo: «Ando de civil. Soy carabinero. Puedo hacer lo que quiera». Me quedé callado y me di vuelta, me tocaba comprar. Cuando terminé, le oí mentar entre dientes: «Payaso».