“Quiero ese… sí, ese, el de arriba a la derecha”, dijo dubitativo. El vendedor lo miró con cara de nada, le bajó la prótesis 5252302 y recibió el pago chip. Se dispuso a salir de la tienda con ansiedad, desesperado por abrirlo, como un niño que recibe un juguete nuevo.
Hacía frío afuera, así que cuando Hilario se vio expuesto al aire invernal, sintió un escalofrío. Emprendió, a paso rápido, el camino a su torre. Estaba ensimismado, aún no entendía bien por qué habían decidido invertir en otro artefacto.
Pasó por el área de seguridad y se percató de que habían cambiado al androide guardia del año anterior por uno de tecnología más avanzada. Sintió algo de nostalgia, totalmente injustificada, pensó, porque el anterior era lo mismo en esencia. Una máquina: hojalata con cerebro positrónico, creada en un laboratorio de robótica, en masa. Seguramente ya estaba en la zona de reciclaje. Sin embargo, el androide anterior era el que estaba cuando habían llegado a ese departamento con Ariatny, hace siete años. Su retina robótica guardaba todas las primeras veces con ella: la llegada de los primeros sillones que amoblaron el salón, las primeras visitas al hogar, sus primeras peleas entrando al pórtico del edificio y tantos otros episodios de rutina que ahora le parecían los mejores momentos de sus vidas.
Tomó la cápsula elevadora y esperó hasta llegar al piso 72. Lo recibió Ariatny, de forma distante pero demostraba ansiedad, algo inusual en ella.
—Ábrelo, ¡rápido! Te he esperado desde las seis —dijo irritada.
—Sí, es que me quedé esperando un holograma que jamás llegó y…
—Ay, da igual —lo interrumpió—. Escuchemos el instructivo y usémoslo ahora.
Desenfundaron un pequeño aparato que emitía una voz en off, donde se advertían los pro y contra del uso de la prótesis. Lo importante era usarla solo con el consentimiento de las partes involucradas. Mencionaba todos los niveles de vibraciones y movimientos, además de traer una batería recargable con su propio panel solar. El artefacto era de un color azul oscuro que al contacto con la piel de la persona que lo utiliza, toma su tonalidad dérmica y su textura. Como puede usarse en cualquier parte del cuerpo, es maleable y se adapta a los requerimientos del usuario.
Se dispusieron a probarlo. Primero se la enfundó Ariatny, en su brazo derecho. Hilario se tendió en la cama para entregarse a la satisfacción inmediata. Al principio, fue parecido a todos los artefactos sexuales ya probados con anterioridad, pero luego de unos segundos la intensidad del placer fue incomparable para cualquiera de ellos.
Vino el turno de Hilario, quien quiso usarlo en su pantorrilla izquierda. Ariatny lo montó, como de costumbre, esperando que ocurriera el milagro. Pasaron varios minutos y por fin logró llegar al cenit del placer.
—¿En qué velocidad está, Hila?
—7.8, parece que podemos elegir más modalidades.
—No, no, allí está perfecto, déjalo como está.
—Me incomoda un poco la tibia… supongo que es porque es la primera vez.
—Sí, sí, shhh, hablemos luego.
Los dos eyacularon al unísono. Para ser la prueba inicial, se sintió bien. Decidieron seguir explorando otros lugares del cuerpo donde posar la prótesis. La 525 era la versión anterior al más moderno de los artefactos contrasexuales. El comercial prometía que el aparato ayudaría a dejar atrás los discursos falocéntricos y hegemónicos de la genitalidad, en los cuales la penetración solo ocurría unidireccionalmente (del sexo masculino al femenino, en parejas heterosexuales). Ahora era posible utilizar cualquier parte del biotipo humano y encontrar connotación sexual en él. En letras resaltadas promocionaban la fricción de los cuerpos como alternativa a los métodos invasivos del pasado. Ya nadie haría el papel de colonizador ni conquistado. Tan solo serían dos amantes o, como diría Ariatny, participantes del acto sexual; eso de amantes ya no va.
Una vez que Hilario salió del frenesí, buscó la mirada de Ariatny. Ella le había dado la espalda sin decir ninguna palabra, y es que no tenía nada que comentarle a un conocido con el que solo compartía buenos recuerdos. De pronto, Hilario sintió que respiraba aire helado, el mismo que lo azotó cuando llevaba el artefacto bajo el brazo, solo que el departamento estaba con cierre hermético y era imposible que hiciera frío dentro.
Imagen: Parte del proyecto Metafotografía e infradiscurso (2018-2023), de Alfonso Carrera, fotografía análoga.