Oratorio en una noche de viento

i
De profundis

Las máquinas acompasan la embriaguez,
              un tiempo perdido
       arrugas donde tropiezo

No llores, solo estoy muriendo,
No llores.
                                                                                                                Vacío
              innombrable.
              nunca pude decirle que recordé su primer traje,
              sus dedos sobre la tela.

              Ahora me siento parte de este mundo.
              Serás mío y yo, oh yo, viviré en ti, en mí,
              seré tus alas y tu viento.
              vuela pájaro, y muere.

              Aniquílate
                            y en mí te encontrarás.

       mis ojos se pierden en la arena
la roca vence, desnuda, un oleaje macabro,
              nocturno.

              un pájaro emergía de la espuma salada
no podía volar, oh Señor, soy tan joven
pero las columnas me elevaron,
columnas blancas que se desalagan.
Las arrugas eran mías.
Las arrugas, el traje,
Un festín de sombras escalando el monte.
Una migaja de sal que se disgrega en el mar.

ii
Knulp

              su sonrisa se pierde en la nieve,
una fogata dispersa que enciende y apaga en la montaña.
                            pero yo desobedezco.
              los pies me llevan al bosque.
              ¿De qué sirve lamentarse?, insiste.
              Entonces digo:
              ¿Por qué no hiciste nada cuando todo se rompió?

              no has gozado no has sufrido
              nada que yo no gozara ni sufriera a tu lado, respondió.
hermoso el goce
hermosa la tristeza.

              las raíces ahogan el camino
              y su presencia me sorprende por detrás,
              llamándome por mi nombre.
              quiere que me detenga,
                            pero yo desobedezco.

              vuelvo a tropezarme a los pies de un árbol.
              caigo
              no puedo quitarme la nieve de las manos

              busco la copa con la mirada.
              el cielo ya no está pálido,
              ni el tronco reseco.
              la vida transcurre en un rengueo por el bosque
              con su voz a mis espaldas.
              fogatas dispersas que se encienden y se apagan
              en el largo caminar.

Veo un zorzal que regresa a su nido.
Todo está bien.

iii
El aliento solitario de Dios

Miedo. Miedo a que las letras se pierdan y me dejen mudo frente a esta soledad. Miedo a esa joven cama adentro que, sin preguntar, se llevó al niño para siempre, y me dejó solo con el hombre que todos los días adivino en el espejo. Miedo a confesar que, a pesar de todo, esa chica me gustaba. Miedo a la muerte. Miedo a que me digan “no voy a ser más tu amigo porque yo soy sano, vos enfermo”. Miedo al amor. Miedo a las lágrimas. Miedo a esos libros que me dicen demasiadas cosas sobre mí. Miedo a mi cuerpo desnudo. Miedo a lo que aquí escribo. Miedo al encanto de la noche. Miedo a que pienses que mis palabras son abstractas, cuando no lo son. Miedo a que no te guste lo que escribo, porque habla de mí. Miedo a que me veas como a un pájaro, cuando no soy más que un gusano, un hombre viejo que solo conoce las cosas por sus sombras y vive para contarlas. (Ese es mi mundo, esas sombras que me tragan). Miedo a mí mismo, a lo que soy y pude haber sido. Miedo a la tristeza cuando sale de mi cuerpo y me deja sin palabras. Miedo a la mirada, al aliado en el espejo. Miedo al hambre. Miedo al hambre con sabor a lechuga y limón y nada más. Miedo al sol que me delata cuando camino en la plenitud del día. Miedo al encanto de la noche, nunca lo suficientemente larga, nunca menos hermosa. Miedo a mi nombre, a ese yo que el mundo ha concebido para justificarme sin saber nada de mí. Miedo a tener uno de esos sueños en los que soy el rey del que hablo cuando despierto. Nadie se rebaja en la vida por mostrar algunas lágrimas. Estas letras, a veces, no son más que eso. No creas, entonces, que vuelo. Volar es lo que deseo. Y mientras así sea, yo tendré la culpa.

el río hiere la altura de los balcones,
abre el pecho a terrazas muertas,
brilla, tornasolado, tímido.
siempre suena, sobre negros muros,
                                          su aliento solitario.

iv
Bedshaped

Las manos al filo
de los árboles, su tinta;
              escribió pájaros de fuego
columnas blancas y lágrimas.
Bronce en algún rincón del alma,
la impotencia de ser, la necesidad
de no ser más.
Pies de lata, o rodillas de mármol
y ciudades.

              Escribió la sequía en el mar,
La sombra que cae
un árbol que mira a Orfeo
un proverbio; magnesio y sollozos.
Casas que sueñan ser barcos
Los gritos de Job retumban en huecos,
Un infierno que sube.

¿Qué es este disfraz?, se pregunta
Acaso todos los sueños son de Dios

Ya no distingo
esos pájaros,
ese fuego
de aquello que tanto quisiera ver volar.