Giallo

[Número 34 – 2017]

El cadáver de Dean Reed flotando en un lago en Alemania Oriental. El chico que se entrega a la muerte a los pies de San Cristóbal. El cordón que era el cinturón de Mandolino. El loro mecánico de ectoplasma que se aparecía en las escaleras del Museo de Bellas Artes. El niño vampiro que se alimenta de los perros muertos de los realitys del Mega. La foto de Luis Dimas en un casino de Las Vegas. Todas las luces cayendo sobre él como una lluvia de fuego. El cantante negro que en 1983 compró el esqueleto de un niño deforme como si fuera el cadáver de un dios de la quinta dimensión. Era amigo de Pato Renán y había viajado a Chile a casarse con una muchacha que conoció por correspondencia. El demonio menor que estaba a la caza del hermano de Arturo Prat en aquella casa de la Ligua en 1916. No sé qué quería de él.

Solo sé que el ritual salió mal, que hubo fuego, vómitos y dedos cortados. Solo sé que ese espíritu le abrió a otro un agujero en el pecho, le arrancó el corazón y se quedó a vivir en ese agujero. El corazón quedó tirado ahí, como una especie de madeja de lana con la que nadie quiso tejer nada. El hombre que vendía completos de carne humana afuera de Chilevisión. Tenía un tatuaje de Iron Maiden y creía que el diablo era su hermano menor y vivía en su personal stereo. El cuy que se quema en una piedra caliente. Cecilia Bolocco y Fujimori observan. El péndulo de Junior Playboy rebotando en el más allá. El sonido del vacío chocando con el vacío. La canción de David Hasselhof que derribó el muro de Berlín. La muchacha que rompe el espejo de una shopería en Valparaíso. Las noches en vela de Patricio Abraham Flores. La muerte del Comandante Clomro. La mujer que le hace vudú al fantasma de Camiroaga. La sonrisa de la alcaldesa de Viña. La voz de Rodrigo Lira regresando del reino de los muertos. Shakespeare aullando desde el fondo del agua sucia de una tina de baño. Los hippies vampiros que había en una caleta de pescadores cerca de Totoral a fines de la década del ochenta. Eran tres parejas que salían a pintar con óleo al atardecer y tenían una pequeña editorial de poesía que funcionaba con un mimeógrafo. Habitaban una casa en ruinas y escuchaban el mismo disco de Bing Crosby todo el día. En el subterráneo habían armado una habitación secreta donde estaban todas las pertenencias
de sus víctimas: ropas, bolsos, relojes, libros, billeteras, documentos. La mayoría estaba mal. Ellos entraban a esa pieza y se quedaban contemplando lo que había ahí obnubilados, como si esos objetos les hablaran en susurros de las vidas de sus dueños. Alguien les quemó la casa con bencina y desaparecieron.

Un loro muriendo por la risa de Viñuela. Todas las canciones perdidas de Jorge Pedreros. Ricardo Claro. Ray Bradbury transmitiendo desde el infierno directo a “Almorzando en el 13”. Piñera en la Teletón. La patrulla juvenil. Los programas fantasmas de Leo Caprile. Los fantasmas atrapados en los espejos. Los espejos atrapados en las bocas de los fantasmas. Las canciones de amor de Álvaro Corvalán. Las alucinaciones de Pablo Neruda. Felipe Avello con una máscara sadomasoquista. El yeso en la pierna de Kenita Larraín, la silla de ruedas, el peor jet lag del mundo. El tsunami que destruirá el norte. El terremoto que acabará con Chile.

El taxidermista de Curacaví que salió una vez en el noticiario de Chilevisión porque hacía animales falsos con los restos de mascotas del barrio: perros-gato, gatos-perro, ratas-loro, canarios-hamster. Intentó vender algunos por internet pero no le fue bien. El silbido de una mujer en la pampa que rebota en el set de un programa de variedades. El ratón de Claudio Reyes disfrazado. El pelo muerto en el set de “Sucupira”. El niño muerto con una estaca en el corazón. El maquillaje de Gladys del Río. El gato negro en el regazo del Doctor File. Carlos Pinto apareciendo desde la tiniebla. Su corazón tiene forma de televisor. Dean Reed lavando la bandera chilena. Sucede en un acto masivo contra la invasión de Vietnam. No la quema, como es la costumbre. La mete en un cubo de agua y la saca mojada y luego le exprime tal y como se hace con las toallas. Antes, trata de lavar sus manchas. Hace todo eso lentamente, con el rostro acongojado. Lava la bandera para pedir perdón, para limpiarla del horror, para devolverle una pureza en la que él aún cree, según dijo después. En una enciclopedia del rock chileno en internet, encontré la única imagen que quedó. En ella un hombre levanta la bandera norteamericana con las manos. La bandera no ondea. La foto es en blanco y negro. La tela mojada adquiere peso y es atrapada por una fuerza de gravedad que la hace pétrea. Reed la sostiene con la punta de sus dedos. Parece que se le fuera a caer. Reed mira algo que está más allá de la foto. La imagen concentra la historia, toda la realidad parece establecer círculos concéntricos en torno a la bandera.

El niño alopécico que vive en el subterráneo de UCV televisión y se alimenta de ratas. Las ratas han desarrollado un lenguaje propio a partir de la gramática de los programas del Pollo Valdivia, que los hipnotiza. El niño no lo sabe y les da caza vestido con viejos trajes de peluche de programas infantiles y escribe un diario sobre su estadía en el infierno. Hay quienes lo consideran un fantasma. Le arrancó la nariz a un técnico. Sueña con un mundo presidido por un conejo con colmillos que eleva una de sus patas delanteras para mostrar como en la palma se enciende un fuego fatuo. El fuego fatuo luego se transforma en una hoguera que incinera a una multitud. Mientras siga teniendo el mismo sueño, no crece ni
envejece. La visión que tuvo Grace Jones en 1980, en un hotel chileno. Las sábanas con sangre. La vista desde la pieza de una ciudad bombardeada por naves alienígenas.