Paulo de Jolly: El hombre que se cree Luis XIV

[Número 4 – 2004]

El poeta chileno Paulo de Jolly sólo tiene en su cabeza las intrigas de la corte de Luis XIV. Sabe que el Rey sol hizo mamaderas con los senos de madame de Sevigne y que con una sola rienda domó súbditos, apiñados como potros en un ejército de 1600. Así es su poesía. Domina cada detalle regio pues una obsesión compulsiva lo hizo tragar mamotretos, cartas, objetos, vistas, relatos, ficciones, rumores, besos y confesiones de una época y de una Francia en la que no nació.

Chile. 1978. adicto al Bloodymary hecho con vodka, huevo y jugo de tomate, de Jolly sólo hallaba en la historia local, sangre y no kétchup. Desesperado, su IMAGINACIÓN encontró la boca del túnel: viró los ojos, RETROCEDIÓ tres siglos y trocó la gorra ploma de Pinochet por una corona de piedras preciosas que inspiró sus versos y espacios en blanco. Esa “lucidez de la locura” agitó su calma sólo en tres pulsos de su vida. Hoy, bajo efecto de drogas psiquiátricas, no puede derramar ni una sola letra. Y como si esa tragedia no fuera ya negra, alega que su suegra no lo deja ver a su mujer desde hace seis años.

Las Condes, 1979. Encuentro de Arte Joven del instituto cultural. Lihn, Polhammer, Maquieira, Zurita, Lira y de Jolly inflaman con poesía la bota militar. “De Jolly parece un sujeto de Patria y Libertad. Su peinado a la gomina es quizás su disfraz”, escribiría en esos años Enrique Lihn, Anguita, el de la Venus en el Pudridero, diría que sus poemas salen de sombreros como Bretón, y que su espectro se desplaza en sueños de jirafas ARDIENTES y relojes derretidos, a lo Dalí. “Lo suyo es un divertimento de Mozart”, señaló Eduardo Anguita, en 1982, en el prólogo de su segundo libro “Príncipes, duques y MARISCALES de Francia”, texto que en esos años circuló por mano, en fotocopias, y que por estos días reedita el autor con crédito de la imprenta SCOUT y asombro de quienes creían a de Jolly bajo tierra, mudo.

Polhammer le saca polvo a esa tumba: “De Jolly es un esteta riguroso, fino, exquisito. Fue el primero en poner espacios en blanco y ritmo a IMÁGENES de otra época y lugar, preñadas de contingencia en esa aparente ausencia”. Por su parte, Thomas Harris, el poeta de Cipango, lo recuerda de papel: “Apareció en las páginas de APSI, vestido como LUIS XIV, sus poemas me llegaron en hojas sueltas a Concepción desde España. Algunos pensaban que De Jolly era un heterónimo de Maquieira, pero no. De Jolly era de Jolly. Único”. Sergio Parra, de la librería Metales Pesados también lo declara original: “Andaba con el recorte de un diario francés -impreso por él- con su foto y un titular que decía “poeta chileno en París”.

Eso es de Jolly: un inventor de reinos que hacen de anestesia para la historia terrible. Publicado en Puerto Rico, Suiza y París; comentado en Chile como un freak.

“Mi poesía es un espiral que surge del trance. A Zurita, que viaja ‘para disimular la angustia’ le digo que con salud no hay poesía. Yo ahora que sané, no podría escribir ni una sola letra”, justifica por teléfono de Jolly. “A su locura le pondría paréntesis igual como Maturana a la OBJETIVIDAD. ¿Dónde estará de Jolly?”, pregunta Polhammer inquieto, con deseos de saber.

EL POETA DE LA CASA DE REPOSO

“Estoy acá por culpa de mi suegra que me quitó a mi señora”, responde de Jolly entre viejitos de chal en rodillas, mientras toma té con galletitas y mermelada de mora, en una casa de reposo del barrio alto. Su esposa, la pintora FRANCISCA Droguett permanece desde hace seis años bajo la custodia de su madre, Elena Larraín, por un trastorno bipolar que según la guardiana le provocó la convivencia con de Jolly durante quince años.

Paulo quemaba guías de teléfono en el horno de la cocina, golpeaba en el ojo a su suegra y ensartaba naranjas en un palo cuando llegaban los carabineros.

La señora Larraín, fundadora de los “Amigos del Arte” y activa integrante de “El Poder Femenino” que agrupaba a cuarenta mil mujeres partidarias del régimen militar, hoy impide a de Jolly -y a cualquier extraño- hablar con la Droguett por supuesta prescripción médica y psiquiátrica. Ajeno al tratamiento de su MUJER, y convencido de que su presencia sólo le causaría bien, de Jolly espera y sueña cada noche de su vida que está con Francisca en un aeropuerto del mundo: “le digo que compraré cigarrillos, que me espere. Y cuando vuelvo, ella ya no está”, suspira ante la PROHIBICIÓN de llamarla y verla a cambio de los doscientos mil pesos que la madre de su MUJER le paga a su tía para que él viva y la deje vivir en paz.

“Es cruel porque además de arrebatarme a la Francisca, me quitó los cuadros que mi señora había pintado, inspirada en VELÁSQUEZ y en la corte de Felipe IV de España”.

De Jolly ―que en el carnet de IDENTIDAD es tan sólo Jolly― jura que su suegra es una persona feroz. Una vecina de Pedro Valdivia Norte sostiene que los muebles de la casa de Avenida Santa María que pertenecían a Elena Larraín ―casa en la que ahora venden sostenes y calzones Triumph― terminaron ALHAJANDO La Moneda de Pinochet luego de que un martillero las rematara al mejor postor. De Jolly describe que la cómoda imperio del príncipe de Murat, un MARISCAL de NAPOLEÓN, estuvo en una oficina de alfombra roja donde se urdían las CONSPIRACIONES en contra del “CÁNCER marxista”. El mueble lo había comprado la señora Larraín, según el poeta, al francés residente en Chile, Timoleón de la Paine.

ROMEO DE JOLLY Y JULIETA DROGUETT

El drama del poeta en un principio fue cuento de hadas. En los años ochenta, Francisca y Paulo de Jolly asistieron, cada uno por su lado, a un baile que daba la familia Vicuña, emparentada con los Mackenna. Paulo se conducía bajo la tenue luz de las lámparas de lágrimas, luciendo frac y sonrisa, peinado a la gomina, bebiendo a sorbos un bloodymary con vodka stolichnaya. Francisca, esa noche estrenaba perfume. Amor a primera vista. Matrimonio en ceremonia privada por un luto de los Larraín. Mientras estaban juntos, la pareja paseaba por providencia, tomados del brazo, comprando cantidad de libros de la EDITORIAL Ciruela en la librería ALTAMIRA del Drugstore. Ausentes de la realidad, sumidos en la historia del 1600, arrastraban a Césare, un perro San bernardo que de Jolly le regaló a Francisca cuando a ésta se le torció un ovario y supo que nunca podría tener hijos.

“Aún así parecía que siempre estaba embarazada, porque por un problema de glándulas y remedios estaba gordita. Pero no podía engendrar”, comenta un vendedor de la Altamira de aquella época. Pero tuvieron el perro. “Ella se lo puso como prendedor en el pecho. Su pedigree era impresionante. En una libreta aparecía en la inscripción de sus abuelos, bisabuelos y TATARABUELOS”, recuerda de Jolly. Pero tal can hedía en el departamento de Lyon con Carlos Antúnez donde vivía, el poeta de había comprado al perro un tambor “para que hiciera sus cosas”, Pero las vecinas reclamaban por las moscas, el olor y los hojos del tamaño de una persona que el animal excavaba en el jardín de la comunidad. “Me demandaron todos, tuve que pagar multas y con el alma rota, deshacerme del pobre perro”, recuerda el vate. El perro Cesare terminó en el regimiento Guardias Viejas de Los Andes. “¿Habrá muerto?”, se pregunta de Jolly hoy. En el regimiento “desde hace tres años que no hay perros San Bernardo. Murieron todos”, afirma un conscripto de guardia en las alturas.

EL PEDIGREE DE PANCHITA

Francisca Droguett, la esposa de Paulo de Jolly hoy tiene 52 años y ya no pinta. Todo lo que aprendió en Real academia de Pintura de San Fernando en Madrid terminó con la SEQUEDAD de los óleos y la mirada perdida de su reclusión. La semana pasada Panchita tenía SINUSITIS sótano del mundo sin posibilidad de escape. La Droguett es sobrina, ahijada y heredera de Reymundo Larraín, un aristócrata chileno que terminó casado con Margarita Rockefeller, millonaria desde la cuna y viuda de otro chileno, el Marqués de Cuevas.

Cuentan que el Marqués antes de ser Marqués y casarse con la Rockefeller, era el servicial mozo de Clara Vergara, la dueña de la quinta Vergara. La dama premió a su empleado con un viaje a Europa del que “Cuevitas” jamás VOLVIÓ. Con su nueva vida, Cuevas compró el título de Marqués y gracias a sus VIRTUDES de bailarín y a su inteligencia social, creó y dirigió el “BALLET del Marqués de Cuevas”. Pronto Cuevas se haría cargo del BALLET de Montecarlo y de la fortuna de la esposa millonaria que conseguiría por EQUIVOCACIÓN, luego de que la Rockefeller lo confundiera con Yusupov, el asesino de Rasputín. Años antes, en Chile el joven Reymundo Larraín -tío de la Panchita- era catalogado de “Gigoló” por usar maya de lycra y andar en puntita de pies. Descontentó, huyó a Buenos Aires y luego a París. Allí, durmiendo en un banco de plaza pública protegiéndose del frío con un diario, encontró en éste, casualmente, una foto de Cuevitas anunciando su ballet. El Marqués tenía una deuda con su familia: Jaime Larraín García Moreno, su padre (abuelo de Francisca Droguett) había apadrinado a “Cuevitas” en Chile. Reymundo apeló a Cuevas y éste, sin preguntarle mucho, le dio la mejor HABITACIÓN de su casa. Bien alimentado y guiado por el maestro, pronto Reymundo se CONVIRTIÓ en un bailarín de elite y en un personaje de la sociedad europea. Tanto así, que terminó casado con Margarita Rockefeller cuando ésta enviudó de Cuevas. La millonaria fue acusada de loca por DAVID y Nelson Rockefeller que querían chuparle dinero y PROPIEDADES. Inteligente ella, vio que la única manera de evitar la fuga de millones, era un matrimonio de confianza sin separación de bienes. ¿Con quién? La anciana señaló al jovencito Reymundo. Éste aceptó feliz la propuesta, mitad amorosa, mitad comercial. Agradecido, Reymundo se trajo a Margarita Rockefeller a una MANSIÓN de Lo Curro que adornaba con rosas blancas frescas cada día. Aún sin sexo, la Rockefeller habría dicho que con la única persona del mundo con la que se casaría en la otra vida sería con ese hombre que podría ser su nieto. Familiares aseguran que Reymundo también la quería de verdad. Ella murió en 1985 y él, tres años después.

Francisca Droguett, heredó parte de la fortuna de Reymundo Larraín quien en vida también beco a de Jolly con largas estadías en Europa que Paulo aprovecharía para agarrar del cuello a la historia de Francia, extrayendo sangre e intrigas palaciegas.

LOS ARISTOCRACIA DE BLOODYMARY

De Jolly sale de la casa de reposo de la que está. Parte al Le Fournil de Vitacura con Alonso de Córdova. Hace frío. Una vez dentro, de Jolly murmura que con Pinochet cambiaron las cosas para la clase alta. Que subió una nueva estirpe social, “gente que tú no conoces, gente sin apellido”, comenta, mientras despeja con un guante la humedad de la ventana que impide ver los restoranes del frente, la maniobra es sólo para apuntar que allí sirven comidas de treinta mil pesos por persona. “Y están repletos con gente que tiene MERCEDES Benz, Jaguar y Audis último modelo. Tienen la plata pero no el refinamiento de la AUSTERIDAD. La gente de clase se reúne en casa. Mi cuñado francés, Patrice, es un conde y anda con el impermeable roto”, declara este minucioso observador que ha visto a la Bolocco y a Menem almorzando en el Cuero de Vaca del sector. “Yo en cambio, los domingos me siento en la plaza y no almuerzo ni tomo café, sino sol. Me basta con los ejecutivos top leyendo El Mercurio con el celular en la mesa”, recrea el poeta que solía usar tenida de jugador de polo, el deporte de los reyes. “En el club ahora ya nadie me conoce, pues soy una piedra rodante, un Rolling Stone”, dice sacándole las pelusas al chaleco sin mangas tejido a palillo con lana barata que luce esta tarde.

―Y ahora Paulo, ¿a qué clase perteneces?

―No puedo renegar de mi lugar, la clase alta y aristocrática de Chile. Aún cuando ahora no tengo nada. Tardaría menos de diez minutos en cambiarme de casa, pues mis PROPIEDADES son dos camisas y dos PANTALONES.

―Dime cómo vivía la gente rica.

―En un mundo refinado, de hermosos salones, alfombras y escaleras de MÁRMOL. Comíamos filete mignon al CHAMPIGNON o pechuga de pavo. La gente de la clase alta ahora ―como antes― tampoco come pan, porque es de roto, sobre todo la miga. Comen galletas de agua. La Coca-Cola, ni se mira. Tiene gusto a peineta. Toman vodka con jugo de tomate: bloodymary, el trago de los nobles y príncipes rusos.

―Tú, ¿cómo preparas Bloodymary?

―Con ají, mostaza, pimienta y sal. Lo sirven preparado, se pide la botella nueva, sellada en la mesa para que no te envenenen. Es de linaje poner primero el vodka, después el jugo de tomate con los aliños y al lado, un huevo crudo. Se tragan el huevo y ENSEGUIDA se zampan el bloodymary.

―Guácala, eso no es nada refinado.

―Ohhh, sí que lo es. Un poco bárbaro, tal vez tártaro, pero exquisito. Cuando yo iba a tomar bloodymary a París. Nueva York o España con Reymundo, pedíamos siempre la botella de Stolichnata y que se la destaparan delante de nosotros. En el mundo de los Rockefeller es usual envenenar a la gente para quitarles la herencia.

Le recuerdo que brebaje que tomaremos no fue vertido en nuestra PRESENCIA. Paulo de Jolly celebra la mala broma y resignado, mejor dicho, entregado a la tragedia, da el primer sorbo. Se le ve feliz, en otra.