Es mucho más que un recurso narrativo menor o un componente anecdótico. Tampoco hace falta una búsqueda exhaustiva para percibir los restos de comida que se asientan en el amplio menú que ofrece la literatura. Basta con revisar las estanterías, tal como se escarba en la propia despensa para hallar las huellas que, en ocasiones, se consideran un elemento poco relevante dentro de la trama de una obra, pero que delatan interesantes aspectos históricos y culturales. Sucede con Rosario Castellanos, por ejemplo, que al escribir Oficio de tinieblas (2017) pensó en novelar un hecho que no estaba documentado: el levantamiento de los indios chamulas en San Cristóbal en 1867. Este culminó con la crucifixión y proclamación de un Cristo indígena, en un rito de sangre derramada que terminaría de saciar el hambre de los dioses para redimir a la tribu. La historia, ficcionada en el contexto de la reforma agraria en Chiapas, culmina con una acción para aplacar el apetito de las deidades y se desarrolla a partir de un cotidiano que se guisa en los rescoldos al interior de los jacales, con la tortilla remojada en caldo de frijol, el aguardiente como moneda de intercambio y la noción de abundancia o de miseria según la cosecha de maíz. La revolución se cocinaba a diario, mientras Catalina molía el pozol frente al metate.
Dime qué comes y te diré quién eres
La revisión de los alimentos ingeridos en la novela ilustra cómo se amplifican las posibilidades de lectura, sobre todo en un contexto donde la leche, los huevos, caldos y otros platos estaban reservados solo para la mesa de los blancos. La excepción eran las celebraciones, cuando la carne de venado alimentaba algunas de las fiestas de los comensales chamulas. Profundizar en estos rasgos, que podrían pasar desapercibidos en una primera lectura, abre nuevas dimensiones de la historia, dibujando contrastes entre dos modos de vida, y facilita la comprensión de las formas en que los protagonistas experimentan el mundo, a partir de la narración de un hecho sobre el que apenas existen algunos testimonios.
Esta inquietud por los hábitos alimenticios es multidimensional y otorga una poco común, pero sabrosa categoría de análisis, pues lo que acontece al interior de las cocinas devela un punto de vista tan fascinante como lo que pudiera ocurrir en alguna de las habitaciones del más lujoso de los palacios. Bien lo señalan las Notas de cocina de Leonardo da Vinci (1997), libro publicado por primera vez en 1987, en el que, supuestamente, se transcriben algunas de sus curiosas nociones culinarias. El recetario, que dice tomar indicaciones extraídas desde un códice extraviado en alguna parte de Europa, pretende rescatar las ocurrencias gastronómicas y de camaradería, inventos y, por supuesto, la forma en que se guisaban tórtolas, armadillos entre otras especies exóticas que eran de interés del multifacético humanista. Si bien estas escrituras se encuentran en un plano apócrifo, el afán de registro da cuenta de que indagar en la alacena de autores y personajes, permite ingresar a una dimensión mucho más íntima de los humores renacentistas:
“León marino
Muchos hay a quienes repugna comer esta criatura a causa de su semblante dulce y lastimero. Y aquéllos capaces de superar estos remilgos, y que cuentan entre sus filas a hediondas gentes de Rávena y a mi amigo Etero Alandi (quien lo disfraza con ciruelas pasas y una salsa dulce y amarga), poco beneficio obtienen de las ociosas manipulaciones de esta bestia con destino a la mesa. Es ésta de carnes duras y malolientes, y a mi entender solo podría considerarse como alimento en una terrible emergencia. Su olor es, además, la razón que me previene de acercarme a la ciudad de Rávena, pues allí, a lo largo de todo el día la gente hierve la grasa de los leones marinos para fabricar su propio laxante y también dan a masticar esta grasa a sus hijos, razón por la cual estos crecen apestando a pescado; y como no pueden jamás desembarazar sus cuerpos de este hedor, solo entre ellos mismos encuentran pareja” (pp. 108-109).
Entre caníbales
En un lugar mucho más apartado del repertorio anterior se encuentran las escrituras del placer, que parecen terreno propicio para las descripciones de sensuales y suculentos bocados, como el caviar iraní y la fuente de fresas rojas que Carlos “hará estallar” sobre el cuerpo de Ana, para que “sangren” sobre su piel. Así escribió Cristina Peri Rossi en “La destrucción o el amor”, relato que inicia con un hombre que recorre las estanterías del supermercado con el propósito de ajustar los preparativos con que esperará a su amante. El cuento está permeado de comparaciones que nos dan a conocer la verdadera psiquis del protagonista, donde las similitudes entre el sexo y la ingesta exceden las analogías tradicionales que involucran el uso de de la lengua o el reflejo de succión: “Un olor que se queda en las manos, igual que el de las mujeres. El poderoso olor del bacalao entre las piernas. Con la cabeza metida entre los muslos de Ana aspiró hondamente”. La distancia casi inexistente entre los cuerpos sugiere que el devenir ineludible entre los amantes es devorarse, como un acto que lograría perpetuar la posesión definitiva. Pero los principios que operan en el canibalismo aplicarían también en la maternidad: “Aman a sus hijos porque han estado dentro de ellas, chupando sus secreciones, alimentándose de sus glándulas, sobados de grasa y féculas. Así es el amor: una cuestión fisiológica, una cuestión de vísceras”. De esta manera se demuestra que el vínculo carnal trasciende el amor romántico y que la antropofagia es tan primitiva como inevitable.
De la mar, el mero y de la tierra, el cordero
Cuando se elaboran imágenes que buscan equiparar al amor con las exquisiteces, los productos marinos parecen invitados ineludibles, y el cuento de Peri Rossi no constituye una salvedad: “Los frutos del mar: los duros crustáceos, los rosados mariscos, las lujuriosas ostras, las angulas delgadas como serpientes. Un olor que se queda en las manos, igual que el de las mujeres”, declara Carlos, para enfatizar los lugares hacia donde le transportan los aromas de la mujer deseada. Pero el lenguaje es tan profundo como el océano mismo y mientras la concha de los bivalvos puede representar las texturas del placer, en otros casos la metáfora esconde golpes de luma: “Concholepas concholepas / Me sacaron de mi residencia acuosa / Lo hicieron con violencia, a tirones / brutalmente / Concholepas concholepas / Estaban armados con cuchillos. / Luego procedieron a meterme en un saco / ¡Concholepas!/ Me golpearon (‘para ablandarme’) / Me lavaron (‘para limpiarme’) / Entonces, golpeado, ultrajado, semiblando y limpio / Me colocaron en una olla con agua hirviendo / y sal”, escribió Carmen Berenguer en “Molusco”, un poema donde el cuerpo, antes erotizado, ahora es torturado y sometido. Similar menú, aunque distinta disposición al momento de configurar significados.
Releer desde el estómago implica examinar los rituales, sondear preferencias y aversiones. Es sentarse en la mesa junto a los personajes y acompañarlos a recorrer el mercado del pueblo para observar cómo palpan la fruta y ver cuáles escogen para llenar su bolsa. Sonia Montecino, antropóloga y escritora, señala que la “buena mano” se activa en la creación literaria y en las preparaciones de alimentos, que “aderezar” es construir estructuras e imágenes. La cocina y la escritura se encuentran en la ejecución, ya sea como herramienta para explorar/representar heridas históricas, el placer o escrutar la anécdota. Tal vez por eso no es casual que la queja frecuente de los técnicos en computación respecto de los usuarios sea la cantidad de migas que se almacenan bajo los teclados: “una panadería completa”, escuché una vez, cuando llevé mi equipo. El servicio además estaba repleto de aparatos sulfatados por el derrame de bebestibles calientes, o tragos fríos que animaron una que otra agotadora jornada, base de la pirámide alimenticia en la escritura, tanto como la tortilla de maíz, el aguardiente y el frijol lo son en los jacales.
Bibliografía y referencias
Berenguer, C. (2010). “Molusco”. En Huellas de Siglo. Cuneta.
Castellanos, R. (2017). Oficio de tinieblas (5° ed.). Fondo de Cultura Económica.
Montecino, S. (2004). Cocinas mestizas de Chile. La olla deleitosa. Museo Chileno de Arte Precolombino. https://museo.precolombino.cl/wp-content/uploads/2020/09/Cocinas-mestizas-de-Chile.pdf
Routh, J. y Routh, S. (1997). Notas de Cocina de Leonardo Da Vinci (3° ed.).Temas de Hoy.
Peri Rossi, C. (2022). “La destrucción o el amor”. Revista Lengua. https://www.penguinlibros.com/es/revista-lengua/ficciones/la-destruccion-o-el-amor-de-cristina-peri-rossi