Río herido: un encuentro ancestral con Daniela Catrileo

[Número 33 – 2017]

En la actualidad, el conflicto mapuche se ha presentado en los medios de comunicación como violento, terrorista y delictual. Camiones quemados, peleas constantes con carabineros en la Araucanía y el polémico caso del encierro de la machi Francisca Linconao, son hechos que nos hacen cuestionar cuán verídico es lo que los medios nos entregan en relación al conflicto.

Es martes 18 de abril. Son cerca de las 20:00 horas y me encuentro fuera del gam. Las luces de los departamentos rodean el centro cultural; de los cordeles cuelgan textos y dibujos; los chicos bailan mientras se miran en el espejo. Espero a Daniela Catrileo, conocida por la creación y participación en el colectivo mapuche feminista Rangiñtulewfü, además de ser defensora de los indígenas, del mapudungún y de su experiencia con la migración —el no poder vivir de su cultura, la que tuvo que revivir por medio de las historias de su padre y abuelo—.

Mientras espero, veo a la distancia que se acerca una joven morena de pelo largo castaño oscuro, vestida completamente de negro y con un bolso que lleva un parche que representa la cultura mapuche; es ella. Una chica simple y carismática. Antes de conversar y poder conocer su visión como escritora y activista política, compramos unas sabrosas empanadas veganas y un té para pasar el frío. Nos sentamos afuera del café público.

Daniela saca sus cuadernos, algunos libros del colectivo, textos de autoras mapuches como Adriana Paredes Pinda y Liliana Ancalao, así como el último libro que escribió, Río negro, una de sus obras poéticas mejor aceptadas por la crítica debido a la utilización de voces marginales, el recurso de la memoria para conectarse con su pueblo y referirse al ocultamiento de la lengua nativa por parte de los colonizadores.

Daniela no pudo vivir en el sur. Su padre se vino a Santiago por temas políticos. Daniela cuenta que «cuando fue la dictadura, la familia de mi padre tuvo que venirse forzosamente de Nueva Imperial para acá, y eso pasó cuando mi papá era niño. Ahí empezó la tortura para mi padre».

Desde niña tuvo interés por la poesía y su cultura. Un hecho que la marcó fue que «cuando estaba en el colegio, el profesor de lenguaje me preguntó en clases si sabía el significado de mi apellido, ya que habían muchos con apellidos mapuches, pero no tenía idea, así que le pregunté a mi papá. Al enterarme, me entró el bicho de la curiosidad y pude conocer más mi cultura». Catrileo significa «río cortado». Así, la relación que tiene Daniela con su padre se hace más potente, ya que su cultura y su lengua crearon una unión que va más allá del mero amor filial: se trata también de un amor por los ancestros y por saber quién es en realidad.

Su voz serena y su seriedad al contar su vida, expresar sus ideales y el deseo de lucha, me hacen pensar que ella es así todo el tiempo: con sus amigas en el colectivo feminista, con su padre en las conversaciones familiares, con su pareja al momento de tomarse de la mano o incluso al salir al parque en el centro de Santiago.

Cuando Daniela era niña no sufrió una discriminación tan fuerte o agresiva como otros niños a su edad, o como su padre: «Mi papá odiaba ir al colegio. Sus compañeros eran crueles con él solo por tener un apellido mapuche». En su caso, comentarios como «india» o «devuélvete a tu ruca» por parte de sus compañeros la hacían sentir diferente, pero no discriminada.

La sexualidad, el feminismo mapuche y la resistencia de «Wallmapu» fueron temas que conversamos de manera espontánea. Hablamos, también, de educación. Al respecto, Daniela expresa que «los jóvenes y los niños son la esperanza de esta sociedad. Nosotros ya no podemos hacer nada más, pero podemos dejarle una huella a las nuevas generaciones».

Es interesante que dentro de su núcleo familiar, ella sea la única humanista que aprecia la escritura, y en particular la poesía, pero descubrirlo no fue un camino fácil. «Cuando tenía como doce años, me arriesgué a escribir cuentos y me di cuenta de que era muy mala, que solo podía dedicarme a la poesía», dice.

En definitiva, sus obras nos entregan no solo el testimonio ancestral sino también la crítica social que gira en torno a la lengua mapuche, lengua ignorada hasta el día de hoy. El hecho de que no se enseñe en los colegios es ejemplo suficiente. Incluso cuando, de acuerdo al censo del 2002, casi el 30% de los mapuches vive en la Región Metropolitana, los niños aprenden su lengua por sus padres, no por una institución educacional.

Es por esta relegación de la lengua y la cultura mapuche que son fundamentales las figuras femeninas tan potentes como Daniela Catrileo, que pueden crear un quiebre, no solo en la canonización de la literatura gracias a su poesía, sino también por lo que realiza en su cotidianeidad en educación, el colectivo feminista mapuche, y la lucha por los derechos indígenas, en particular el mapuche, su identidad cultural.

Las nuevas generaciones podrán ver cómo la generación de Daniela se esforzó por cambiar la cosmovisión de esta sociedad. «Los jóvenes son la esperanza», repetía constantemente. Es cierto, nosotros no veremos el fruto, pero ellos sí, las nuevas generaciones. No solo habrá nuevas tecnologías: las generaciones futuras también verán las cosas desde otras perspectivas, con más libertad y menos prejuicios.

A metros del paradero, poco antes de terminar nuestro encuentro, Daniela me dice: «Nosotras luchamos tanto. Yo con la poesía como tú en la calle, Karina. Y cuando le cuentes esas cosas a tu futura familia existirá el cambio y veremos que esta sociedad dejará de ser tan clasista, patriarcal y discriminatoria». Asentí y le agradecí por acceder a conversar conmigo. La micro pasa, Daniela sube, y tal como una ola que se une a los ríos heridos, desaparece entre los autos que a esa hora inundaban la Alameda.