Calamidad

[Segundo lugar concurso literario 2024, categoría cuento juvenil]

Habíamos previsto que la situación empeoraría durante la noche, nos estábamos salvando. El techo se había volado, y el celaje se había vuelto más oscuro con lluvia y había silencios resquebrajados con gritos, el naranjo del fuego, la combinación perfecta. Nos escondimos con el cielo de las mesas y debajo con un miedo horrible que nos sacudía los hombros y la mandíbula. Los estruendos pegaban seco en los tímpanos como la palma llega en la cara y gritos de golpe, un sonido plano. “La casa resiste como el reino de Dios”, dictaba la abuela, persignándose con la señal de cruz, con el puño cerrado y el anular medio elevado. Los vidrios fueron primero, con ondas que apenas tocaron la plenitud del cristal, llegaron a ser lo suficientemente justas para dar con el quiebre de todas en la casa. Ahora había frío, y nos tapábamos con sombras de calor, y el fuego que se acercaba a la luctuosa esperanza del hogar.

Caían, pero nadie estaba atento en donde y en qué momento llegaban a impactar, como una pluma rabiosa que se desvía hacia el olor más fingido y espantoso, chocaban en los techos y la lluvia, el frío pasaba a segundo plano, del impacto era de quien nos teníamos que resguardar.

La noche brillaba y su fin esperábamos, parpadeando fuertemente para que pasase la pesadilla, la pesadilla y su absorbente, el absorbente y el despertar, el despertar y la realidad convertida en pesadilla, nos mirábamos con desaliento. También nos confesamos y sobraba un estupor amargo o una vergüenza notable y cabizbajos. Y cuando las paredes terminaban de romperse con un soplido, allá fuera era todo un caos. Miré con sigilo la flamante cortina que era absorbida por las llamas, teníamos miedo, habían cesado los golpes afuera, sabía que seguíamos nosotros. Nos abrazamos fuertemente como nunca lo habíamos hecho, mirando como caía lentamente la pluma y el celaje se agachaba. Por último, cerramos los ojos como última esperanza de despertar frente al cosquilleo mortífero, y pensamos en llorar con un duelo espantoso, porque la familia se estaba destruyendo.