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Abuelos: El anillo de compromiso que mi mamá siempre ha querido convertir en collar era de mi bisabuela. Mi mamá se lo aceptó a mi papá asumiendo que no era comprado como le hubiese gustado. Sé que mis papás se aman y no quiero saber cuándo dejan de hacerlo. Su pieza es la única testigo de cuando no se aman, porque mi hermana y yo nunca lo hemos notado. Mucho antes de que mis papás se conocieran, mis abuelos habían perdido casi todo. Mi abuela materna había perdido a su esposo y mis abuelos paternos habían perdido sus sueños. Quizá mis abuelos se toparon por las calles de Linares o quizá hablaron e intentaron ser amigos y no pudieron. No creo, en todo caso, que se imaginaran que sus hijos se iban a conocer o se fueran a casar, ya que mientras mi mamá coqueteaba con su uniforme corto después de clases, mi papá trabajaba para comprarle pañales a su primera hija, que no era yo.

Acertijo: Un hombre que vivía en la montaña decidió ir a comprar una tina al pueblo más cercano. Cuando llegó a la tienda le dijeron que estaban agotadas pero que la próxima semana llegarían y se pondrían en contacto con él. Pasaron días, semanas, meses y nunca lo contactaron. A pesar de que solo podía mandar mensajes de una sola letra por su celular, les escribió para preguntarles por la tina. ¿Qué letra les envió?

Acoso: El tipo me seguía mucho. Todavía me acuerdo. Desde un rincón del patio él me estaba mirando. Era el gordito que cuando jugaba a la pelota llegaba todo transpirado a la sala y se sentaba al lado mío. Me miraba fijamente hasta ponerme nerviosa. De tan nerviosa, una vez me puse a llorar. No sé si habrá sido por él o porque fui la única imbécil a la que no le resultó una manualidad con palos de helado. Me sentía frustrada y quería que la parvularia me terminara el trabajo porque yo me había rendido. Pero lloraba por él, por el conflicto que me producía la idea de limitar mi comportamiento. Una parte de mí quería gustarle y otra no, y en esa paradoja me costaba moverme. Nadie se daba cuenta de la aflicción que eso me causaba porque no lo conversaba, le daba vueltas sola al asunto. Mi hermana era muy chica todavía como para comentarlo con ella, así que me quedé con esos ruidos. Como todos, quizá. Con esos ruidos que cuando niños nos quedan dentro, porque no manejamos las palabras suficientes para callarlos.

Acuario: Matías Rambaldi, Javiera Romero, Camilo Bravo, Catalina Campos, Javiera Hernández, Jorge Pacheco, Carlos Bichet, Carlos Guzmán, Matías Orozco, Javiera Villalobos, Macarena Amtheur, Macarena Fernández, Francisco Santolaya, Ailin Catalán, Cecilia Gatica, Karina Prieto, Ignacio Morales, Felipe Castro, Ignacio Peñailillo, Diego Olivos, Wolfgang Wachtendorff.

Adolescencia: De los quince a los dieciocho años, cada vez que me curaba en un carrete me ponía a llorar. Mis amigos ya sabían que el espectáculo se repetiría cada veinte días aproximadamente, por lo que no se extrañaban al verme llorar a las tres de la mañana en el rincón de alguna casa o a la salida de una discoteque. A veces pienso que en ese tiempo tenía depresión y que me salía la pena con las piscolas, pero llegó un momento en el que me sentía triste de día. Le comentaba a una amiga que me sentía rara y comenzaba a llorar en clases. Mi mamá me iba a buscar. Mi profesora jefe la llamaba al celular desde su oficina mientras tomábamos café. Mi mamá me decía que me tranquilizara, pero ninguna de las dos (ni mi mamá ni yo) entendía por qué tenía tanta pena. Aunque mi casa quedara a tres cuadras del colegio, mi mamá me iba a buscar en auto. En cuanto sentía la calefacción, me invadía una extraña sensación de tranquilidad, la seguridad de que esas ruedas se dirigían directamente a mi cama, donde dormiría casi todo el día.

Advertencia: Pasen por alto el significado de lo que digo. Constantemente renuevo mi pacto con el mundo.

Altura: 1.53 metros.

Amén: Le rezo a la virgen María porque adquirí ese gusto.

Amistad: Durante el verano del 2012 me volví a acercar a mi hermana porque me acordé que cuando chicas lo pasábamos muy bien y porque las dos ya habíamos superado la edad del pavo y las peleas tontas. Me acuerdo que en Santiago, cuando niñas, en las dos casas donde vivimos, teníamos una pieza juntas. Era una pieza con dos camas con respaldos de fierro blanco, cubrecamas rosados, un mueble chico al medio que nos separaba y una televisión con cable donde veíamos todas las noches Hey Arnold, Doug, Sabrina, Hermana Hermana, Despistados y, a veces, porque a mí me daba miedo, ¿Le temes a la oscuridad? en el Nickelodeon. Los fines de semana jugábamos a las barbies. Ambientábamos nuestras camas como si fueran sus casas. Nos separaba la alfombra y el mueble, que eran la ciudad y las calles. No teníamos los refrigeradores o cocinas originales, así que armábamos nuestras casas a partir de otros juguetes que parecían tener la forma de las cosas que queríamos. Por ejemplo, los peluches podían ser camas o sillones y los libros muebles. Nos reíamos sin parar hasta que la María nos traía leche con Copa Cabana y pan con palta.

Ánfora: Me pregunto si las llenarán con las cenizas de los verdaderos perros muertos o si los cremarán a todos y cuando las cenizas están a granel, como la harina en los mercados, van sacando y rellenando estos recipientes de greda con un cucharón. Pensaba esto mientras miraba el recipiente de greda que contiene a Daisy en la sala de estar. Ella, al igual que yo, vivíamos conmi tía y se podría decir que las dos teníamos algo en común: la acompañábamos. Cuando miraba ese recipiente (no me gusta la palabra “recipiente”, pero no se me ocurre otra manera de nombrar el objeto) me preguntaba qué pasa si ladra otro perro ahí dentro y Daisy convertida en polvo llora en una casa ajena. O qué pasa si en cada recipiente hay una mezcla de muchos perros (cenizas quiltras) y se mezclan todas las razas. Se mezclan perros muertos que nunca pensaron en llegar a conocerse. Quizá descansan juntos dos perros que podrían haber sido amantes o haber tenido cachorros pero no. Parece que ya no quiero que me cremen.

Anticonceptivos:
enviado 10 de abril de 2012 13:50:13 de: mamá@hotmail.com

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Te amoooooooo y eres lo máximo.
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Aries: Orietta Bravo, Felipe Astete, Christopher Fuentes, Massiel Pardo, Ignacia Guldman, Valeria Alarcón, Matías Montero, Romina Lara, Rodrigo Leyton, Francisca Labbé, Renato Villa, Angela Villa, Massiel Pardo, Rodrigo Correa, Angelina Zalazar, Matías Gonzáles, Constanza Azócar, Cristián Sáez, María Jesús Olivos, Marianela Pérez, Bárbara Parker.

Aura: Siempre me ha pasado ―y me carga― que valoro mucho más las cosas cuando las recuerdo que cuando las estoy viviendo. Lo encuentro malagradecido y me recuerda mi poca conexión con las cosas. O también me pasa que valoro mucho más la piratería o las cosas menos originales, las siento más cercanas. Lo que pasa es que esa aura de la que habla Walter Benjamin me queda muy grande y no la disfruto, me resulta más avasalladora que las auras que me gustan a mí, que vienen mucho después, como réplicas. Quizá nunca entendí bien el concepto de aura como lo planteaba él, y alguien que sea un erudito en este tema encontrará ridículo lo que estoy diciendo o pensará que estoy mezclando las cosas, y probablemente estará en lo correcto. Por algo reprobé Teoría Literaria II, pero creo haberlo entendido en algún sentido y por eso discrepo con Walter Benjamin: para mí la experiencia viene después de haberla vivido. La verdadera vida, como dice Maurizio Ferraris, se experimenta mejor en el recuerdo que en la experiencia efectivamente vivida.

Autógrafo:

Ardilla: Tengo un don. Puedo entornar los ojos y mirar hacia arriba para convertirme en una ardilla. Después de hacer eso con los ojos, junto los dedos y empiezo a mover las manos muy rápido, imitando el sonido de un roedor. Esto lo descubrí una vez mirándome al espejo y poniendo caras. Cuando llegué al Instituto Linares y empecé a hacerme amiga de casi todos, les mostré esto que podía hacer y desde entonces no pararon de pedirme que hiciera “la ardilla”. Mis compañeras inventaron muchas personalidades para esta ardilla y me exigían que la representara como ellas querían. A veces me salía muy chistosa y otras veces no. Cuando mejor me salía era en las clases de Tecnología (un nombre discutible). Todas las mujeres nos poníamos en el segundo piso del taller fingiendo que trabajábamos mientras los hombres cortaban madera en el piso de abajo. Como solo estábamos nosotras, afloraba todo mi histrionismo y actuaba sin ningún pudor hasta que el profesor o algún compañero subía. Además de la ardilla, tenía un personaje que se llamaba “el viejo violador”, que molestaba a mis compañeras persiguiéndolas con un palo.

Autobiografía: 1. Un amigo me dice que escriba como si me fuera a morir mañana. Me enojo. No con él, sino conmigo. Con mi cobardía y con mi exageración de creer que hay cosas que no puedo contar porque son muy fuertes. Siempre pienso en borrarlo todo y empezar a escribir desde cero. Pero ya estoy en esto. ¿En qué momento decidí hacerlo? No tengo nada tan interesante que contar. Ahora entiendo por qué la gente escribe sus autobiografías cuando es vieja. Fácil. Tirar toda la mierda y morirte al día siguiente. Podría hacerlo y darme un tiro. ¿Y si lo hago? Pero, ¿de dónde saco una pistola? ¿Dónde las venden? En mi casa hay unas escopetas de adorno, pero sería muy notorio si saco una. Aparte no sé usarlas.
2. ¿Cómo no voy a estar agotada? Por supuesto que lo estoy. Si me vivo la vida tres veces al día: cuando la vivo, cuando la escribo y cuando la leo.

Ficha del libro:
Quizá yo no sea yo: Diccionario autobiográfico. Ignacia Coll, Provincianos, 2023, 99 pp.

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