Alberto Fuguet: “El lazo con el país debe siempre ser algo extraño”

El díscolo escritor chileno, autor de novelas como Mala onda, Missing y la reciente Ciertos chicos tiene una mirada que viene desde adentro, pero también desde afuera. Desde sus obsesiones e intereses, nos cuenta de la transición del Chile posdictadura, las primeras semillas del mundo pop y su gusto por lo freak. Este es un repaso por su propio viaje migratorio de EEUU a Chile, por su exilio de la literatura del país y su visión de la actualidad, en que explica de dónde nace la pasión creativa y su opinión respecto de la labor de la literatura.

¿Qué lugar le das a tu biografía en la literatura? ¿Es la escritura invariablemente un proceso de autoficción?
Mira, con el tiempo me he ido poniendo más libre. La escritura no tiene que ser solamente autobiográfica, pero sí creo que tiene que ser personal. Eso no significa que todo lo que escribo lo he vivido, pero me tiene que re interesar. Me tiene que re dar morbo. Por ejemplo, una vez me tocó entrevistar a Hinzpeter cuando era el ministro del Interior. Logré que me confesara que tomaba Ravotril —lo entiendo, yo me muero si soy ministro del Interior y todo el mundo me pela—. Al entrar por ese tema, de alguna manera, terminó siendo un personaje mío porque me interesó lo que dijo. Me lo apropié. Yo siento que hay que apropiarse de las cosas. Más allá de que Hinzpeter en la realidad no es un personaje mío, en ese momento, cuando me comentó que tomaba pastillas, lo fue. No puedo escribir de gente que no me interese nada.

¿Cuál te parece que es el rol del escritor?
A mí me parece que lo más importante es lograr emocionar. Yo cuento historias que me gustaría que funcionen —ojalá que los libros en general funcionen—. Pero si hablamos a la larga, yo creo que uno como escritor hace de una suerte de espejo: trato de hacer lo que otro libro hizo en mí; quizás sentirme menos solo, más identificado, más empático. En la medida en que uno pueda generar ese reflejo, la gente se siente más cercana y la experiencia literaria se hace muy distinta a todas las que existen, sobre todo en esta época, en que las series o la IA no te acompañan en nada. La literatura, cuando funciona bien, es una experiencia inmersiva: te puede emocionar y hacer sentir cosas.

¿Cómo te relacionas con el tema de la migración en tu literatura?
Yo he sido un migrante, por lo tanto siento que para mí es un tema muy interesante. Dicho eso, no escribo sobre venezolanos porque yo no soy uno. Pero me parece que cualquier persona que se sienta freak debería identificarse con algo, y ahí las cosas no tienen por qué ser tan literales. Uno puede identificarse hasta con el joven manos de tijeras. Yo no escribo de migrantes. Eso sí, para mí, un migrante es alguien que no se siente en casa, alguien que no pertenece, un pez fuera del agua. Si pensamos así, cualquier libro o película sobre no sentirse parte del mundo al que perteneces, ya sería algo ligado a la migración. Pero, respondiendo a tu pregunta, no es que no me interese ayudar en la situación migratoria de Chile, sino que no sé si lo puedo lograr como escritor. Quizás sí como diputado, policía, trabajador de una ONG. En Missing hablo sobre la migración. El libro no tiene un mensaje de por sí, pero si tuviese diría: “El que pierde país, se mete en problemas”. Creo que perder tus raíces no es fácil: te convierte en un bicho raro.

Entonces, ¿tú no escribes para generar conciencia ni para cambiar el mundo?
No, yo no escribo para generar conciencia, escribo para generar una comunión con otro. Quizás esa suma de comuniones sí puede generar algo. A mí me gusta el universo que creo con mi literatura. Puedo estar equivocado, pero mis personajes son gente freak que me cae bien. Si esos personajes se meten en la vida, en nuestras mentes, yo siento que poco a poco serían aceptados. Me gusta esta idea de que si el día de mañana sacas un libro y tu protagonista me cae bien, se normaliza un poco el frikerío o la rareza.

¿Te sientes un intruso en la literatura chilena?
Sí. Y por eso creo que no he sido aceptado del todo. No sé por qué. Antes me dolía más. Yo siento que he encontrado mi lugar en la literatura, pero no creo que tenga que ver con la literatura chilena. Por ejemplo, en Buenos Aires me siento extremadamente cómodo, más que en Chile. Me parece que, que yo viva acá, o sea chileno o no, es un tema mío. No necesito autorización para ser chileno. Aunque yo no he ganado premios. Supongo que los premios son una manera de ser aceptado, pero también creo que hay otras formas de serlo.

¿Cómo ha influido el paso del tiempo en tus procesos de escritura? ¿Se han visto modificados tu estilo y tus rutinas de escritura?
Primero, yo no tengo rutina del todo. Eso lo aprendí hace tiempo: soy el anti Vargas Llosa. Una vez que empecé a hacer cine —aunque creo que no voy a hacer más—, ahí aprendí que las películas hay que hacerlas nomás, y no esperar la inspiración. Si uno decide hacerla, el guion tiene que estar más o menos listo, porque hay que filmarlo. Y si ese día estás triste, tienes que rodar igual, aunque sea una escena de comedia. Gracias a las películas, yo sé que si tengo una idea, como en el caso de Ciertos chicos, me lanzo a hacerla. Si no, prefiero no perder el tiempo. Ahora escribo muchas más versiones: antes publicaba la primera versión, pero desde hace cierto tiempo proceso más mis libros, los guardo, los releo.

¿Cómo eliges sobre qué escribir?
Creo que escribiendo se sabe de qué escribes. Yo selecciono con algo de guata, con lo que veo en la calle. Y hay que estar preparado: a mí me parece totalmente legítimo no escribir de temas que uno no puede abarcar. Más allá de que haya temas que nos fascinen, tenemos que ser sinceros. El libro debe ser un viaje, algo entretenido, no escribir por escribir.

La mayoría de tus personajes y escenarios son chilenos. ¿Crees que la distancia afecta en tu literatura? ¿Te ves escribiendo desde otro lugar (físico) sobre Chile?
Es una contradicción. Supongo que soy un wannabe chileno. Quiero ser aceptado por Chile. Y sí, puedo escribir sobre Chile a la distancia. De hecho creo que para mí es al revés: me cuesta más escribir en España sobre España. Me gustaría ser menos chileno en el sentido del arraigo por la patria o la ciudad, pero jamás me atrevería, por ejemplo, a hacerme el colombiano. Incluso creo que nadie debería hacerlo, ahí soy algo moralista. Dicho eso, sí creo que Estados Unidos se ha colado bastante en mi literatura.

¿Por qué crees que los escritores muchas veces se van de sus países?
Es algo entendible, quizás es algo que debí haber hecho más joven, me hubiera gustado. Ahora ya es muy tarde, ya quedé dañado (risas). No me consta que hayan ventajas, pero sí creo que la distancia sirve. Hay una gran tradición de escritores que se han ido. Muchos consideran que eso es lo que hay que hacer. Yo creo que el lazo con el país debe siempre ser algo extraño, una especie de musa a la que se ama y se odia, como Vargas Llosa con Perú. En todo caso, para mí el estar acá también me ha significado ventajas, como no perder el idioma y entender de primera mano lo que está pasando con el país. Siempre me ha llamado la atención cómo hablan los chilenos. De hecho, cuando empecé a escribir, para mí era importante poder probar que yo era uno. Escribí más como chileno de lo necesario.

¿Cuáles consideras que son las lecciones más importantes a la hora de escribir?
Escribir pensando que nadie más te va a leer. No importa mucho la crítica o lo que van a opinar los demás, no en un sentido de rebeldía, sino más bien para pensar en una especie de lector que te gustaría tener. También hay que tener claro que hay gente que no te va a entender. Es como en el mundo de la música: un baladista romántico sería muy iluso si pensara que va a arrasar en el mundo del heavy metal. Tienes que saber qué es lo que haces. Otro detalle es que, si bien es muy bueno tener una obra que te respalde, a la hora de escribir un libro nuevo eso no ayuda tanto como uno pensaría. Cada libro se siente como la primera vez. Uno se siente como un debutante, o al menos yo me siento así, porque además cada libro es distinto. Cada libro que he escrito es como una postal, incluso los que no me gustan. Miro hacia atrás y en ellos veo mi vida, los lugares y los procesos.