Estos últimos años el nombre de la autora nacional María Carolina Geel (1913-1996) se ha levantado con fuerza, dando que hablar desde la crítica literaria, el cine y los estudios de género. Lo que sabemos a primeras es que fue la misteriosa autora que en el año 1955 mató a su amante dándole cinco certeros balazos en el famoso hotel Crillón de Santiago de Chile, lugar en el que hoy solo quedan vestigios de sus antiguas galerías, pues lo que prima es un retail que acompaña el tránsito del tradicional paseo Ahumada. Esta historia fue la inspiración de la película más reciente de la productora chilena Fábula. Dirigida por Maite Alberdi, El lugar de la otra (2024) ficcionaliza la historia del mediático caso de Geel desde el punto de vista de la secretaria del juez que toma el caso.
La crítica literaria actual se ha encargado de rescatar y remover la perspectiva de la vida y obra de esta autora que siempre se ha visto coartada por la visión conservadora del siglo pasado. Los estudios más actuales han sido Las homicidas de Alia Trabucco Zerán, “Mujer, frontera y delito” de Diamela Eltit y “Cinco balas y un día” de Alejandra Costamagna, entre otros.
María Carolina Geel, que esconde el nombre de Georgina Silva Jiménez, fue novelista, ensayista y una de las pocas críticas literarias de la generación del 50. Tuvo varias publicaciones, tales como El mundo dormido de Yenia (1946), Extraño estío (1947), Soñaba y amaba el adolescente Perces (1949), Siete escritoras chilenas (1949), El pequeño arquitecto (1957) y Huida (1969). Estas obras quedaron en el olvido frente a la mediática obra titulada Cárcel de mujeres, la que se dedicó a escribir tras ser sentenciada a tres años y un día y recluida en la correccional El Buen Pastor, y que logró publicar en 1956 con la editorial Zig-Zag. El éxito de la novela fue apabullante y se debió a que entre sus páginas se buscaba la causa del homicidio; sin embargo, astutamente el texto confunde a sus lectoras y lectores, sin dar a entender cuánta verdad o ficción expone en sus párrafos. La novela terminó siendo un arma de doble filo para la autora, ya que pasó a ser una prueba en su propio expediente judicial. He ahí, entonces, tal como diría Trabucco, el nacimiento de una obra escrita en prisión por una mujer cuya cordura estaba en tela de juicio y donde la literatura se convirtió en evidencia judicial.
La primera edición de Cárcel de mujeres está anexada al prólogo del aclamado literario de la época Hernán Díaz Arrieta, más conocido como Alone. Este mantuvo correspondencia con la autora desde su reclusión, ya que quería averiguar de una vez por todas la causa del homicidio. Tal como dice Diamela Eltit, vemos a un crítico literario que maliciosamente pone la obra de Geel en una posición que la desplaza meramente al morbo de averiguar la causa del acto delictual, en lugar de darle espacio a la configuración de la identidad de una sujeta literaria. Sin duda, eso es lo que esperaba el público, la prensa y el sistema judicial. No obstante, Geel no cedería tan fácilmente: rehuyó de su confesión y a su vez entregó, por primera vez en la historia de la literatura chilena, un testimonio ficcionalizado que evidenciaba la precarización carcelaria, la diferencia de clases y el trato entre reclusas, y el amor lésbico entre personajes subalternos. La novela se convirtió en una suerte de testimonio de las acalladas violencias estructurales que permeaban el sistema carcelario de aquellos años.
Todas las miradas de la prensa estaban puestas en el escándalo mediático y literario de la conocida escritora, por lo que rápidamente de este acto se desprende un espejismo que alude al intento de homicidio frustrado de María Luisa Bombal, catorce años antes, cuando le disparó a uno de sus amores de juventud en la entrada del hotel Crillón. Alejandra Costamagna propuso que aquel guiño de Geel erigió una especie de cita criminal y literaria. Ambas autoras, con sus pálidas pieles, labios color carmesí y pelos negros, parecieran surgir de una misma oscuridad. En la perspectiva de Trabucco, la escritura y publicación de Cárcel de mujeres sería la estrategia de Geel para unir por siempre su vida al gran referente literario que fue Bombal.
Como si fuera poco, la historia de esta misteriosa autora comenzó a escalar de tal forma que Gabriela Mistral, la reconocida poeta nacional, le pidió al presidente Ibáñez un indulto presidencial para su liberación. Lo pidió en nombre de todas las mujeres hispanoamericanas, y logró su cometido.
No fue hasta el año 2000 que la editorial independiente y feminista Cuarto Propio decidió realizar una reedición de Cárcel de mujeres, en su colección Huellos de Siglo, acompañada de un acucioso prólogo de Diamela Eltit. Este acto editorial y político logró, sin duda, reivindicar la importancia histórica de Geel como una autora de actitud transgresora y de una genialidad en el oficio para configurar un texto híbrido que se desplaza entre la ficción, el testimonio y lo autobiográfico. En palabras de Eltit, Geel fue una mujer que, pese al conservadurismo de la élite santiaguina de los cincuenta, puso en el tapete la visibilización de las relaciones lésbicas y sus formas de deseo en el contexto carcelario, lo que deja entrever también su posible deseo disidente.
Este mediático hito en la literatura chilena hoy vuelve para enseñarnos la histórica labor y el deber entre mujeres de abrirnos espacios en el mundo público e intelectual. También nos recuerda la importancia de la crítica literaria y las reediciones que actualicen los textos con miradas frescas y bajo nuevas perspectivas teóricas, las que permitan mantener las tensiones y transgresiones desde la literatura.