Relato desesperado de Coronavirus

Durante el día estaba muy bien. Aún había algo de luz solar a pesar de que era otoño. El encierro obligado no la alteraba mayormente.

El conflicto venía de noche.

A pesar de sentir sueño, su cabeza seguía funcionando. Comenzaba a imaginarse los peores escenarios posibles. Todo empezaba con esa maldita pregunta “¿Y qué pasa si…?”, la cual había alimentado por tantos años al monstruo que vivía en su mente. Luego seguía esa angustia que le oprimía el pecho y le aceleraba la respiración. ¿Por qué las noches no pueden ser de descanso y tranquilas? Se cansaba incluso de ver el celular para desviar su atención, porque no funcionaba. Ya no la distraía ir scrolleando las fotos de Instagram, menos aún leer los estados de Twitter. Todo hablaba de ese maldito bicho que se había apoderado hasta del rincón más insignificante de la web y de su mente. No había dios alguno al cual rezarle. No había ciencia en la cual confiar. Y la noche, con sus escasas luces, con su atronador silencio, con sus formas fantasmales, sólo hacía crecer este miedo que la paralizaba por completo, al igual que cuando era niña. El problema es que ahora tenía 34 años y sentía que nadie podía consolarla, excepto tal vez, la claridad del amanecer.