Todo es verdad. Todo es real.
Nada aquí es falso.
Nada de lo que ves en este programa es falso.
Simplemente está controlado.
The Truman Show
El ser humano necesita de un sistema. Aun ante una crisis, incluso frente a un nuevo mundo, necesita de ese orden como un principio divino que lo ayuda a sobrevivir. Bajo esa premisa parece trabajar cierta nueva literatura chilena, la que se basa en crisis contemporáneas, crisis que hasta hace unos años solo eran imaginables como parte de películas o libros de ciencia ficción que hablaban del año tres mil. El problema es que ya no hace falta ir tan lejos: esa fantasía futurista se acerca cada vez más a la realidad y la literatura se nutre de guerras, conflictos y problemas ambientales que ya son parte de nuestro mundo.
Eso es lo que podemos ver en Safari (Montacerdos, 2021), de Pablo Toro. La novela se divide en tres partes que parecen muy distintas en un principio, pero que están interrelacionadas: la primera, “La noche del camello”, se centra en dos amigos chilenos que son parte de una empresa mercenaria privada durante la guerra de Irak, a quienes les proponen la misión de capturar un camello; la segunda, “Las elecciones”, sigue a dos compañeros de curso de un colegio británico que se involucran en una contienda política durante el año en el que muere Pinochet, y la tercera, que se titula como el libro, teje un mundo futurista donde una corporación produce un safari humano, en el que se enfrentan injustamente, como en un coliseo televisado, los ricos que pagan por matar legalmente y los prisioneros que, si logran sobrevivir, pueden recuperar su libertad.
A la manera de alguna literatura distópica popular, como Los juegos del hambre, Pablo Toro elabora un ambiente en el que lo que hoy consideramos política y moralmente incorrecto es permitido, celebrado y televisado. Sin embargo, a pesar de que se muestra una decadencia en la humanidad y también en el sistema, existe cierta esperanza de cambio, se busca lo tradicional y eso se percibe como una revolución dentro de este mundo.
En la tercera parte de Safari la violencia está naturalizada, se deja fluir y es protagonista. Sin embargo, algo que no se ha perdido es el espíritu de crítica: siempre hay alguien en este tipo de historias que da cuenta de que el orden establecido no es el correcto. La protagonista de esta sección ayuda a Villanueva —personaje al que vemos durante toda la novela— a participar en el safari humano con una posibilidad real de obtener su libertad.
No se explica mucho cómo llegó a instalarse el sistema de la tercera parte de Safari, pero se dan ciertas luces del estado en que se encontraba el mundo antes de este nuevo orden: “Lo cierto es que estamos mejor que antes… Ahora tenemos aguaTM, se acabaron los disturbios, hay emprendimientos como el Parque, comunidades reales y virtuales en torno a los Safari”. También se da a entender que hay un otro lugar, al otro lado de la muralla, pero ni los personajes ni el lector conocen realmente cómo es. Es este nulo conocimiento acerca de lo que hay más allá de la Muralla lo que lleva a la protagonista a sentir curiosidad por ella, por el sistema que rige “ese otro lado” y por las posibilidades que le podría ofrecer si logra huir del sistema en el que está inserta.
Pero ¿por qué desea ese nuevo orden sin siquiera conocerlo? Safari pareciera indicarnos, a partir de sus tres partes, que siempre hay una falla en el sistema, siempre hay errores en lo político, social y familiar; muestra la corrupción sin límites y el uso de los instintos de manera animal, da a entender por qué los personajes quieren huir y encontrar un nuevo mundo para restablecerse. Pero a veces no es necesario crear un nuevo mundo en otro lugar, a veces solo basta la costumbre y lo seguro para querer restablecer una realidad que se está cayendo a pedazos.
Un mundo que se está desmoronando poco a poco es lo que construye Malu Furche R. en Islas de calor (La Pollera, 2022), conjunto de cuentos que tiene como centro la crisis climática. En este libro, el aumento de la temperatura no se detiene y obliga a los protagonistas a optar por otro tipo de vida, uno radical. El primer cuento —en el que me voy a centrar— “Vivir así”, tiene como protagonistas a Mónica y Pastora, dos mujeres que han vivido gran parte de sus vidas como ama y sirvienta, respectivamente.
La crisis climática las ha tenido en casa, Mónica está enferma y Pastora cuida de ella, y de los nietos de Mónica, que poco a poco, se comienzan a quedar más tiempo con las mujeres. Sin embargo, se han logrado adaptar al nuevo modo de vida: dormir de día y realizar quehaceres y rutinas de noche, porque es el único momento en que el calor cede un poco y llega a ser soportable. Este cuento divulga secretos familiares y se concentra en la particularidad de un hogar que funciona como un sistema completo, regido por normas tácitas —secretos— y quehaceres básicos —sobrevivir—.
El clima pasa a segundo plano cuando el relato se enfoca en la vida dentro de la casa. Pastora sigue cuidando a Mónica y a sus nietos, establece horarios y actividades para que los niños no pierdan los hábitos ni las buenas costumbres, les hace clases durante la noche y en el día duermen para después refrescarse. Los nietos se van con sus madres y a la casa llegan personas que afuera no soportan las temperaturas radicales. Son guiadas por Pastora, quien, ante la necesidad de ser buena con el prójimo, acoge a desconocidos. Es entonces cuando la historia comienza a tomar forma.
Estos allegados se vuelven parte de la casa, comprenden las funciones básicas y ayudan en lo que pueden; todos parecieran complementar las habilidades que se necesitan para sobrevivir en este casi fin del mundo. Pero este orden se altera cuando las hijas de Mónica llaman para avisar que llevarán nuevamente a los nietos y Pastora, en consecuencia, necesita desalojar urgentemente la casa. Sin embargo, los allegados no se quieren ir.
A la manera de “Casa tomada” de Cortázar, el mundo privado se ve invadido por los allegados y, potencialmente, por la muerte, cuyo ingreso a la casa es inminente. En Islas de calor hay un mundo afuera que está colapsando y es adentro donde surgen las nuevas formas de sobrevivir. “¿Quieren la continuidad de la vida o la inevitabilidad de la muerte?”, se preguntan en Safari en torno a qué es lo que pasa del otro lado de esa tan difusa Muralla. Lo mismo ocurre en “Vivir así”, la muerte está presente con o sin cambio climático, pero ¿qué medidas toman las personas para enfrentarla?
En Cuchillos (Laurel, 2023), la primera novela del dramaturgo Andrés Kalawski, se entreteje otro tipo de solución. Aquí se presenta una especie de mito adánico y la expulsión de ese paraíso que es Santiago en otro tiempo, un tiempo más futuro, después de los cambios climáticos, después de pruebas y errores de otros sistemas, porque esta no es la típica novela que presenta un futuro avanzado o tecnológico, más bien, el futuro se construye en base a un terreno llano que parece previo a lo que se entiende como tecnología.
El mundo no es descrito, solo se entiende a partir de pequeñas pistas que entrega el narrador, por lo que se saben y entienden muy pocas cosas: los guardias son la policía, los soñadores/durmientes, una especie de oráculos que hablan mientras duermen y sus palabras —que son capturadas por los escritores— ayudan a que esta comunidad invente nuevas cosas y sobreviva. Pero lo que realmente importa en Cuchillos es la alimentación: “La comida es una buena solución para transformar los sueños. Comida nueva, platos nuevos que producen sueños nuevos, visiones y conocimiento nuevo a los durmientes. Compartir la misma comida vincula a durmientes y escritores y eso facilita las traducciones”.
Los protagonistas de Cuchillos huyen hacia “el otro lado”, es su detrás de la Muralla, un nuevo mundo en que al parecer no hay gente y, por lo tanto, debe regir un sistema que no responde al que conocen: “Nadie cruza. Se supone que no hay gente. Pueden estar tranquilos”. Hay dos alternativas, cambio o aceptación, y estos personajes, a diferencia de los de Safari y de Pastora en “Vivir así”, aceptan y parecen entender el sistema que dejaron atrás, es por eso que quieren volver. Esa especie de expulsión que vivieron los hizo presenciar el mundo que está fuera del Edén, los hizo darse cuenta de que, quizás, abandonaron un lugar que, pese a sus problemas, tiene algo de paraíso, aunque sea por el hecho de haber llevado ya una vida dentro de él, de que haya sido su hogar. ¿Será lo mismo que encontrarían los personajes de Safari si atravesaran la Muralla que se posa como una incógnita?
¿Es este el tipo de futuro al que nos enfrentamos? ¿Juegos de muerte, un infierno en la tierra y un terreno llano donde todo se basa en la comida? ¿Sistemas terribles que solo dejan ver salidas que no ofrecen ninguna seguridad? Simplemente son conjeturas; la literatura una vez más nos aproxima a futuros inciertos y a realidades alternas de las que quizá nunca seremos parte. Aunque, ¿no lo somos ya? La violencia sí está siendo televisada, el clima cada vez es menos predecible y hay gente que está muriendo y matando por hambre. Estos libros no nos dan respuestas, pero nos ayudan a mirar de otra manera un hoy y un posible mañana que no son demasiado esperanzadores.
Imagen: Parte del proyecto Metafotografía e infradiscurso (2018-2023), de Alfonso Carrera, fotografía análoga.