Un poeta sin mausoleo: Entrevista con Armando Uribe

[Número 3 – 2003/2004]

“Yo no puedo hablar nada más de literatura, para mi es igualmente literario hablar de policía, de la vida, de cualquier cosa”, advierte con una pipa en la boca y el ceño fruncido que poco a poco va dando paso a una sutil sonrisa desdentada e irónica. Hace cuatro años, desde la muerte de su mujer, decidió enclaustrarse, “porque quiero prepararme para bien morir o para mal morir”. Mientras tanto escarba en cajas de cartón, los cientos de papeles escritos que no quiere dejar inéditos, “para no dejarles el clavo a mis hijos”. Es así como ya ha publicado varias obras con escritos antiguos, como Diario enamorado, su última publicación, que recopila versos dedicados a su mujer. Y viene aún más. Para el próximo año ya se esperan dos publicaciones de poemas inéditos y una antología que recorrerá toda la obra de Armando Uribe Arce, descendiente de la familia Arce Cabeza de Vaca. Pero el “poetícola” de setenta años continúa escribiendo, ahora acostado en su dormitorio, y no piensa parar de hacerlo, aunque afirma que no vivirá más allá del 2004. Lo cierto es que el abogado, diplomático, poeta y ensayista, autor de más de treinta obras, está vivito y coleando, sigue despotricando contra esa teratocracia (gobierno de monstruos) y publicado con una frecuencia envidiable. Pese a que se siente con más edad de la que tiene, Uribe sigue estoico y con el mismo temple de caballero que cultivó desde la Academia del Joven Laurel. 

En No hay lugar usted escribe que nunca fue joven. Un amigo suyo ha dicho que desde niño usted cultiva su “viejito” ¿Tiene esto que ver con una mirada escéptica respecto de la juventud?
Exactamente, un amigo me dijo a los veinte años lo del viejito…Sí. Nunca he sido idólatra de la juventud, incluyendo la propia. Lo que pasa es que la gente joven tiene, por razones biológicas, una verdura, digamos, una frescura frente a lo que ocurre en el mundo, frente a sí misma y los demás, que es más genuina y sincera que las experiencias acumuladas por muchos años de las personas adultas y viejas. Yo confieso que me siento mucho mejor ahora, a estas edades, de lo que me he sentido todo el tiempo anterior desde niño. Correspondo más a mi mismo sin saber quién soy tampoco. 

De hecho en un Diario enamorado, usted dice que no sabe quién es Armando Uribe, esos son escritos previos a 1957, ¿ni siquiera con los años ha podido descifrar esa interrogante?
En el año 78, cuando escribí eso que va a ser publicado el próximo mes con el nombre de Días de destierro, todavía tofo ese mismo tema, el de la dificultad de ser Armando Uribe. Hago ahí la misma observación que usted me hace ahora, de modo que hasta hace veinticinco años lo sentía, y seguramente, sigue hasta ahora. No se sabe quién es uno realmente. Lo que sí uno puede reconocer son las imperfecciones y limitaciones. Yo he sostenido por escrito que las limitaciones de los seres humanos son prueba de que Dios existe. Porque, a la vez, todos los seres humanos buscan lo perfecto, lo absoluto, lo infinito, lo eterno. 

Y el poeta busca la obra perfecta… 
Hay quienes creen, a diferencia de mí, que existe el poema perfecto, y que lo que tiene que hacer el escritor es acercarse lo más posible a la perfección, con una idea platónica. No creen, como creo yo, que de lo que hay que ocuparse es nada más que las imperfecciones. Mi tarea, a diferencia de poetas muy importantes, no es procurar introducir el todo en un poema o en muchos poemas que forman un todo, sino ocuparme de las imperfecciones que son siempre parciales y fragmentarias. 

Usted se ocupa de las estupideces, ha dicho… 
La estupidez es una de las grandes imperfecciones humanas. Pero ¡qué mayor imperfección que la muerte! Por su parte, también están las imperfecciones cotidianas que uno comprueba todos los días desde el nacimiento: los malos entendidos, los errores, las estupideces que uno dice. Todos esos son anuncios de lo que va a ocurrir finalmente, que es la muerte. Esas imperfecciones, esas estupideces acompañadas del anhelo de lo perfecto, prueban la existencia de Dios. 

INCONSCIENTE SACACORCHOS

¿Qué hay sobre la relación inconsciente-poesía? 
En el ensayo “El secreto de la poesía” yo digo que los instrumentos, herramientas o técnicas poéticas, como quiera llamarlo, tienen un sentido profundo no sólo en castellano, sino también en las lenguas europeas. Esto existe desde el Renacimiento. La rima, por ejemplo, sirve como un verdadero sacacorchos, para ser bien vulgar, de palabras del inconsciente, que el autor puede ni siquiera querer que aparezcan. 

¿Sólo mediante el uso de la rima se puede llegar a una visualización del inconsciente? 
T. S. Eliot dijo que no hay verso libre para quien quiera escribir buen verso. Y la verdad es que los poetas mayores, incluyendo los chilenos del siglo XX que han escrito en verso libre, conocían las normas de la métrica y la retórica. Lo han probado con sus primeros libros, que no eran de verso libre. Es el caso de Neruda, de Huidobro, de Pablo de Rokha… Y en el caso de la Mistral, ella siempre escribió según la métrica. Yo digo que, siguiendo la idea de Freud respecto de que los suelos son la carretera para llegar al inconsciente. A partir de eso, llego a la conclusión, yendo más allá, de que la poesía de más alto valor es la que tiene más carga de inconsciente. 

Hay quienes pensarían que la rima, por reglamentar la escritura, podría poner trabas al flujo del inconsciente…
Mire. Lacan dice que el inconsciente es un lenguaje, y  el doctor Ignacio Matte Blanco, gran psicoanalista chileno, conviene que hay una suerte de matemática. Incluso dice Matte Blanco que la conciencia es asimétrica y que, en cambio, en el inconsciente hay simetría. Dado que no lo dice en su libro, yo le pregunté si acaso la rima no sepia una simetría del inconsciente, y él me dijo verbalmente que sí. 

Me imagino que por eso escribe en rima, aunque tiene dos libros en verso libre, Transeúnte pálida y El engañoso laúd 
Puede haber o no haber rima ¿Quiere que le diga la verdad? Fíjese que en El Quijote aparece un poblado en que hay un pintor ambulante, que pinta cualquier cosa, un gallo, por ejemplo. Entonces Don Quijote le pregunta qué representa eso que él hace, y el pintor le responde “lo que salga”. Yo digo lo mismo respecto de lo que escribo, yo escribo lo que salga. Si sale de esa manera, bueno, salió. A la vez, yo creo que el fenómeno que ha dominado el siglo XX, la poesía en verso libre, es transitorio, creo que eso tiene su época. Hasta donde yo me doy cuenta, esa época cesó, al menos para mí. Además que, con la excusa de escribir un verso libre, hay una cantidad de personas que escriben lo que sea, y la verdad es que no son versos. 

EL GUSTO POR LOS MALOS POETAS

Si hay un tema presente a lo largo de toda su obra poética, ése es la muerte, a la que usted en muchas ocasiones añora y aborda de tú a tú. ¿Tiene que ver con esto su condición de católico? 
Yo creo que sí, pero también creo que todos los seres humanos, de cualquier religión o sin religión, estamos enfrentados a la muerte desde el nacimiento. Sólo se puede vivir si se tiene conciencia de la muerte, que es un plazo, que puede ocurrir en cualquier momento y que, finalmente, ocurre siempre. 

A los diecisiete años publicó en la revista Proarte “voy a podrirme solo bajo el mármol”. Hoy, a los setenta años, escribe en Cabeza de vaca: “Querría ser raíz en el cimiento/ de un nicho, o ser ceniza en una caja/ de zapatos”. Sus aspiraciones como muerto han ido achicándose… 
Es que con eso pasa una cosa bien práctica. Mi abuelo materno que vendió los bienes que tenía, y con lo que recibió de la venta de ese campo decidió hacer un mausoleo para él y su familia. Ahora bien, cuando yo escribí a los diecisiete años, había espacio todavía en el mausoleo, pero ahora ya no lo hay. Cabeza de vaca son cosas que he escrito estos últimos dos años, asumiendo que no tengo espacio en el mausoleo. 

Ha criticado muchas veces la tendencia actual de construir cementerios “como campos de golf”. ¿Cómo le gustaría morir? 
Yo he dado la instrucción, ahora que la iglesia autorizó la cremación, que me quemen, para no ocupar demasiado espacio, pese a que he escrito una cantidad de cosas colocándome en estado de cadáver, como mi cuerpo corrompiéndose. Pero en este caso creo que eso es lo mejor, lo mejor para los demás, no para uno, para ser menos problema. 

¿Cuál es su relación con Quevedo en el tema de la muerte? 
Ya después de varios siglos uno ya puede atribuir parentesco, como es el caso de escritores del siglo XVII como Quevedo. Asimismo, respecto de un escritor español medieval que era el rabino, autor de coplas. Una crítica italiana que publicó en un estudio sobre el libro hace también referencia a dos escritores medievales italianos, uno de los cuales es Lacopone de Todi. Este tipo de poetas, con los cuales no me comparo, porque son poetas importantes y yo no lo soy, son mis antecesores. 

Usted ha dicho que sólo después de muertos, los poetas pueden ser considerados buenos o malos ¿Cree que su poesía sobrevivirá a su muerte? 
Yo creo que todo estriba en ser sincero, aunque suene disparatado o absurdo. Manuel Rojas es sincero, Gonzáles Vera también. Lo que pasa es que, con el tiempo, lo que no es sincero es lo que cae, lo que se olvida, y lo que se mantiene es lo más sincero. Yo creo que se mantendrán algunas cosas mías, pero no todo, porque aunque trato de ser sincero no lo soy siempre. Si mis cosas trascenderán, no lo sé, eso se sabrá cuando yo esté muerto. Por ahora, me falta mucho que sufrir, para equilibrar las faltas y culpas, pecados, errores.

¿Sigue creyendo que “todos los poetas son el mismo poeta”, como le dijo Neruda como usted del pidió que le firmara la Divina Comedia
Mire se puede decir que así. 

¿Incluidos los poetas menores? 
Incluidos, y sobre todo ellos. En una ocasión estaba Neruda en Isla Negra y me habían dicho que fuera a verlo para algo. Entonces lo encontré sentado frente al fuego, con un montón de libros. Estaba revisando libros de poetas chilenos que le habían llegado de regalo en el curso de los dos últimos años. Entonces los hojeaba, los miraba y los ponía al otro lado. Revisó un par más y me dijo “me gustan todos los poetas, que con eso hacen que la poesía exista”. Yo tengo la misma actitud. 

¿Es verdad, como afirma en Cabeza de vaca, que usted no sabe lo que dice? 
Si, claro. Y no sólo ahora. En el Diario enamorado, que tiene cosas de hace cincuenta años, yo digo también “no sabe lo que dice” 

¿Ni siquiera en esta entrevista sabe lo que dice? 
Ni siquiera, no me acuerdo…