Plaza España
“Con sus caras y su aire ingenuo”, tarareaba en su mente, imaginándose a Lucho Gatica. Iba en la 35 por la avenida Santa Rosa, camino a su casa. Esperaba llegar y mostrarle a su mamá su nueva compra, que le combinaba a la perfección con su vestido azul que llevaba. El día iba decente hasta que él se subió, con su olor nauseabundo. Llegó con el cardumen de gente y se puso detrás de ella. Entonces sintió que la empujaba, la empujaba y la empujaba. No era solo eso, se restregaba en ella. Se dio vuelta para encararlo, pero el weón se sobresaltó y a la primera parada salió disparado, no alcanzó a decirle nada. Solo le dejó una mancha. Una mancha en su abrigo nuevo, ese que le había costado dos sueldos.
Trinidad
No me salen palabras ante su piropo. “Mijita rica”, grita el weón. Ya es tarde, solo quiero llegar a mi casa. Apuro mi caminar y callo ante su agarrón, su grito con aliento a alcohol, su violencia que me empuja al suelo. En silencio, aprecio el tatuaje morado en mi rostro y saboreo el jarabe rojo que corre por mi boca. No es dulce, es salado, y quema al brotar. Y de la misma manera desaparezco, sin que nadie me oiga a la vuelta del metro Trinidad. Trinidad, ese es mi nombre, que durante unos meses dará de qué hablar, pero con el paso del tiempo será silenciado y olvidado.
Hermosa
—¿En serio saldrás sin depilarte? —Se veía muy disgustada conmigo, no entiendo por qué le afecta tanto.
—Sí. ¿Qué tiene de malo? —Miré mis piernas. No se ven mal con pelos, son solo piernas.
—Eres una cerda. Por último, si no te quieres, hazlo por higiene.
—Por lo mismo no lo hago, me quiero lo suficiente como para que no me moleste una parte de mi cuerpo. —Me mira blanqueando los ojos y me vuelve a mirar con asco.
—¿Estás enferma? Maquíllate un poco. La mamá tiene razón, nunca te preocupas por ti.
—No tengo ganas, igual ya me maquillé toda la semana.
—Claro, por eso toda la semana parecías una zorra. —Se ríe de mí, no la entiendo.
Salgo del baño y me voy a poner la ropa.
—Guau, sí que estás loca —dice viendo lo que elegí para ponerme—. Pareces una zorra peluda, por lo menos tápate las piernas y esos tatuajes, que pareces hombre.
Ya no puedo más con sus insultos y lloro. Ya no quiero salir, les diré a las chiquillas que me enfermé o algo. No entiendo por qué siempre tiene que ser así, hago mi mayor esfuerzo y quiero pensar que ella también, y aún así no logramos amarnos, pero si ella no lo hace yo debo hacerlo, repetir que nos amo y decirlo hasta que sea real.
Me limpio la cara y me pongo un vestido; casi nunca me lo pongo por el qué dirán, pero me encanta. Por última vez la miro, se ve enojada.
—Tú nunca entiendes, la verdad.
—Te amo. —Me mira atónita, no esperaba que le dijera eso.
—¿En serio? —Su mirada se suavizó, hace mucho que no se lo decía.
—Sí.
Observé por última vez el espejo antes de salir, la observé y con una sonrisa le dije:
—Eres hermosa, soy hermosa, que nadie nos diga lo contrario.
Fuerte
No, no me hizo más fuerte
A esa edad no necesitaba ser más fuerte,
Necesitaba amor y cariño,
No ser violada.
Han pasado años y aún te recuerdo.
Tu olor asqueroso
Y tus manos asquerosas
Tu cara asquerosa
Y tu cuerpo asqueroso
Diez años y recuerdo todo
Diez años y el dolor sigue
Diez años y me da miedo salir sola
Diez años y no puedo tener relaciones,
Porque quiero, pero no puedo.
Ahora el mundo me dice
“Acéptalo, las cosas pasan por algo,
Esto te hizo más fuerte”
Pero no quería ser más fuerte.
Quería ser una niña.
Imagen: Parte del proyecto Metafotografía e infradiscurso (2018-2023), de Alfonso Carrera, fotografía análoga.