Las pocas veces que he intentado abordar la experiencia de la migración, me encontré con la dificultad de pasarla a un discurso coherente que diera cuenta de lo vivido. Dicha experiencia se ha mostrado desde hace años como un punto ciego para el lenguaje, para mis palabras. Es esta dificultad lo que me interesa pensar: ¿qué es esto que se muestra como indecible?, ¿qué es esto que resiste su entrada en el lenguaje?
“Lo indecible […] no es más que una presuposición del lenguaje”, escribe Agamben¹. La presuposición es lo que entendemos como ya dado, como algo que está siempre ahí y que hace posible la significación y, en este caso, pensar la experiencia. Entonces, si para intentar pensar una experiencia he de partir de este presupuesto, quiere decir que aparece —al menos en un primer momento— como impensable, como condición del pensamiento mismo.
Ahora bien, no estoy seguro de poder afirmar que mi experiencia migratoria se haya convertido en una “condición del pensamiento mismo”, en el fundamento de la significación (no se puede extraer tal consecuencia). Quizás, aun cuando pareciera como algo indecible, su presuposición no es absoluta, no es realmente eso que está siempre ahí. Por tanto, se hace necesario buscar el motivo de esta indecibilidad en otro lugar, pero sin perder de vista lo dicho hasta ahora.
Hay por lo menos dos maneras de ver lo que pasa: la migración, en tanto vivencia que marca la historia personal, requiere ser contada, requiere de un discurso que ayude a ordenar y a darle un sentido a la historia²; de lo contrario, ¿de qué vale lo que hicimos antes?, ¿adónde se dirigen las acciones de hoy?
Por otro lado, está la omisión de lo vivido, como si no hubiera pasado, como si no fuera parte de la historia personal, y aparece solo ante la pregunta de alguien más³. Es aquí cuando la experiencia de la migración se presenta como indecible.
Pero ¿por qué guardar silencio y desviar la mirada ante la propia experiencia?, ¿qué se protege o esconde con esta omisión?
Por una parte, la entrada en un marco de representaciones queda suspendida al no haber una narrativa que administre la experiencia y la inserte en el mismo. Por otra, se mantiene la ficción de una historia continua —apenas sostenible— en la que pareciera no haber existido ninguna alteración.
En este contexto, podemos preguntarnos por la ficción específica que empuja al fondo y posterga el relato de la experiencia (por ejemplo, una que habla en presente de privilegios y de un bienestar pasados). Sin embargo, lo que importa realmente es que esta ficción específica intenta cubrir (y amortiguar) el dolor de una herida y, al posponer su entrada en el lenguaje, la vivencia queda como un punto ciego, como una luz cuyo brillo no deja mirar de frente el lugar de donde surge y que permite acercarse, en última instancia, solo de manera oblicua, siempre indirectamente (con una metáfora, una sinécdoque, una metonimia).
Tenemos, entonces, una experiencia difícil de poner en palabras (indecible). Esta omisión hace que la experiencia no se integre como tal a la historia personal, lo que conlleva mantener una ficción en la que el hecho de haber migrado no aparece como vivencia y, por ende, no se asume la propia historia en toda su complejidad. Sin embargo, no se trata de un soslayo del todo consciente; recordemos que con esto también se atenúa el dolor. Es por eso que lo vivido se manifiesta, por lo general, de manera opaca, en forma de alguna figura del lenguaje. Por supuesto, no es casual que sean los recursos del discurso poético los que ofrezcan la posibilidad de acercarse al tema, pues así como el poema intenta vislumbrar el origen enceguecedor del lenguaje mismo para nombrarlo (verdadero indecible), de igual forma la persona que migra busca dar cuenta de su experiencia, que se mostraba hasta ahora como un punto ciego de sus palabras. Así, una vez nombrada la experiencia migratoria, dejará de ser eso que está siempre ahí como presupuesto y se abrirá el espacio para pensarla; desplegarla en el lenguaje y aliviar en alguna medida su malestar.
Imagen: Andes (2024), de Valentina Améstica, en Zagreb Design Week.